Sábado 15 de septiembre de 2018, p. 4
¿Quién y cómo era el llamado padre de la patria? es el leitmotiv del libro Cara o cruz: Miguel Hidalgo, coescrito por el historiador Carlos Silva y la internacionalista Isabel Revuelta. Alrededor del personaje, desarrollan ‘‘un ejercicio de divulgación histórica’’ con la finalidad de ‘‘alejarlo de la visión tradicional que se tiene del cura de Dolores. Son dos interpretaciones que por momentos coinciden, aunque en otros se contraponen. Un ejercicio donde los autores exponen los temas espinosos de la biografía de Hidalgo, esos que permanecieron ocultos por mucho tiempo y cuya conclusión no está en su interpretación, sino en los ojos del lector’’. Con autorización de la editorial Taurus, de Penguin Random House Grupo Editorial, la víspera del aniversario 208 de la Independencia de México, La Jornada ofrece a sus lectores, a manera de adelanto, el prólogo que Alejandro Rosas escribió para este libro
El verdadero Hidalgo no existe. Tampoco el verdadero Juárez o el verdadero Zapata. Parece que hay un necesidad casi obsesiva por tratar de conocer la verdad acerca de un personaje o un acontecimiento histórico. Pero en términos de la historia, la verdad es inalcanzable. La verdad histórica es un mito que construyó la historia oficial, la cual creímos como dogma de fe por muchos años.
La construcción de héroes o villanos fue una invención del sistema político surgido de la revolución mexicana, con el fin de manipular el pasado a su favor –como toda historia oficial en todo el mundo–. Los héroes desde luego tenían sus nichos en el altar a la patria construido por el sistema priísta, y las causas que defendieron eran las mismas que enarbolaba el sistema aunque de manera simulada.
El sistema recordaba a Zapata y su grito justiciero ‘‘Tierra y Libertad”, pero tenía controlado y sometido al sector campesino a través de la CNC; el sistema rendía honores a los trabajadores y reconocía sus demandas, pero todo el sector obrero estaba supeditado al sindicalismo charro y a la CTM; el sistema gritaba a los cuatro vientos ‘‘sufragio efectivo, no reelección” junto a un inmenso retrato de Madero, pero violentó una y otra vez las elecciones a través de su fraude sistemático y con carro completo. El sistema aplaudía a Juárez y su respeto a la ley, pero jamás construyó un estado de derecho funcional.
Esa historia oficial creó una sola versión del pasado que fue difundida a través de las efemérides escolares en lunes de honores a la bandera, del discurso patriótico en fechas cívicas, de recreaciones broncíneas para la Hora Nacional, y desde luego a través del libro de texto gratuito.
El sistema político diseñó una historia de buenos contra malos, de altares de la patria e infiernos cívicos, de héroes y villanos, sin matices, en blanco y negro. A partir de la segunda mitad del siglo XX, el sistema no le enseñó historia a los mexicanos, sino que los adoctrinó con su catecismo de historia patria.
Desde esta lógica, los héroes del panteón cívico nacional son personajes unidimensionales: perfectos e infalibles, sin dudas ni temores. La historia oficial incluso les arrebató la humanidad y los convirtió en estatuas de mármol y bronce y, en no pocos casos, les quitó hasta su nombre de pila. Miguel Hidalgo se transformó en el Padre de la Patria, José María Morelos en el Siervo de la Nación, Francisco Ignacio Madero en el Apóstol de la Democracia, Benito Juárez en el Benemérito de las Américas.
La historia oficial fue arrollada por la transición democrática; desde finales del siglo XX, la sociedad comenzó a tener alternativas para confrontarla y cuestionar toda la serie de mitos y visiones maniqueas construida durante décadas. La verdad histórica no existe, existe el hecho objetivo: la fecha del nacimiento o la muerte, el resultado de una batalla, la expedición de una ley, el levantamiento armado. Acontecimientos todos que no se pueden negar y que no están sujetos a interpretación, ocurrieron y es todo.
El historiador parte de esos hechos objetivos y comprobables para investigar y comenzar a reconstruir el pasado con todos los elementos que tiene a su alcance: fuentes documentales, fuentes iconográficas, fuentes bibliográficas, estudios historiográficos, memorias, autobiografías, correspondencia, discursos, diarios o notas sueltas.
Pero por más fuentes que logre reunir, nunca podrá reconstruir a un personaje o un acontecimiento histórico al 100 por ciento –ni siquiera uno mismo podría reconstruir su vida día por día–. Por eso la verdad histórica es inalcanzable, por eso la historia es interpretación; cada historiador interpretará de un modo diferente un mismo acontecimiento y llenará los huecos donde falte información con suposiciones, conjeturas, hipótesis que parten de su investigación; además su interpretación estará determinada por su formación intelectual, su pensamiento, su ideología.
¿El verdadero Hidalgo?
No existe el verdadero Hidalgo. Existió un personaje nacido en 1753, criollo, cura de pueblos del Bajío, la mente más privilegiada de su generación –en voz de sus propios contemporáneos–, que un buen día conspiró contra la Corona española y las circunstancias lo llevaron a encabezar un levantamiento armado que se convirtió en la guerra de Independencia.
La imagen que guardamos en la actualidad de Miguel Hidalgo se fue construyendo a partir de que México alcanzó su Independencia; evolucionó, se convirtió en ‘‘el padre de la patria” y su imagen definitiva fue cincelada por el sistema político priísta: el venerable anciano que forjó una patria.
En el imaginario colectivo, Hidalgo es mexicano, pero en términos reales no; fue novohispano y murió siéndolo. En el imaginario colectivo, el cura de Dolores es nuestro primer héroe, y sin embargo, al momento de levantarse en armas era un forajido que retó a la Corona española; en el imaginario colectivo, los malditos españoles asesinaron al padre de la patria; pero de acuerdo con las leyes vigentes, la ejecución de Hidalgo fue absolutamente legal. En el imaginario colectivo, Hidalgo tocó la campana como ahora lo hacen los presidentes la noche del Grito, pero no fue así. Lo que sucedió aquella madrugada nada tiene que ver con la ceremonia que vemos cada 15 de septiembre por la noche.
La desmitificación de la historia no supone bajar de sus pedestales a los héroes de la patria para sustituirlos con los grandes villanos, tampoco significa quitarlos del altar para patearlos hasta dejarlos irreconocibles. La desmitificación se trata de redescubrirlos, devolverles su dimensión humana y alejarse lo más pronto posible de una interpretación única.
Éste es un ejercicio de divulgación histórica en el que los historiadores Isabel Revuelta Poo y Carlos Silva Cázares escudriñan en la vida de Miguel Hidalgo y Costilla para alejarlo de la visión tradicional que se tiene del cura de Dolores. Son dos interpretaciones que por momentos coinciden, aunque en otros se contraponen. Un ejercicio donde los autores exponen los temas espinosos de la biografía de Hidalgo, esos que permanecieron ocultos por mucho tiempo y cuya conclusión no está en su interpretación, sino en los ojos del lector.