resultas de que el fin del sexenio está cerquita y de que el actual presidente prácticamente se despidió a la hora de su último informe a la nación, me hallo inmerso en una fuerte melancolía.
Por una parte, se debe a la probabilidad de que sea el último cambio de gobierno que me toque presenciar; por otra recordar la ilusión con que combatimos y nos esforzamos para llevar a Peña Nieto a la Presidencia y la desilusión que nos fue ganando con el paso de los seis años.
No quiero juzgar si la presente administración hizo mucho o poco. Simplemente recuerdo lo que esperábamos cuando le pusieron la banda a Peña y creímos que finalizaba la docena trágica
de Fox y Calderón.
En Jalisco, los dos sexenios panistas se vieron antecedidos por uno más. Tres seguidos: lamentable y cómico el primero y patético y trágico el tercero. Por fortuna, el segundo resultó diferente…
El desencanto de la actual administración empezó cuando se echó de ver que en los segundos y terceros niveles pervivieron muchas caras y no precisamente las mejores.
Más doloroso aún fue verificar que no se le harían recortes importantes al salvaje neoliberalismo que se había venido consolidando, así como que continuaría la sumisión y entrega a intereses foráneos que ya venía desde atrás.
En este sentido, está claro que llegamos a 2018 peor que cuando empezamos. ¿Cuántos miles de mexicanos sentimos malogrado nuestro esfuerzo de 2012? Quizá la cifra pueda imaginarse viendo el gran número de votantes que, pese a todos los esfuerzos que hizo la cúpula del propio PRI, a la hora de la verdad votaron por López Obrador.
El presidente hizo y deshizo lo que se le antojó, en contra incluso del ideario básico del PRI: imponiéndole un liderazgo mayormente neoporfirista para que actuara en consecuencia. La culminación fue su última recomendación en el sentido de que el PRI cambiara de nombre, de emblema y de ideario: es decir, que dejara de ser lo que es y debe ser para lo que fue creado.
Quienes creemos en las bondades del Nacionalismo Revolucionario
(Socialdemocracia, en términos internacionales) y tenemos conciencia de sus grandes logros en el pasado, sin perder de vista, por supuesto, los desfiguros de su funcionamiento, no pudimos más que indignarnos cuando Enrique Ochoa Reza, nos legó la sugerencia
de que, para combatir al Peje deberíamos sumar nuestros votos ni más ni menos que al señorito Anaya (Canayita, para mejor comprensión)…
El resultado ya lo vimos: a la postre Meade pagó caro los platos rotos, porque muchos priístas se mantuvieron firmes con el nacionalismo revolucionario que ahora, chueco o derecho, es enarbolado por Morena.
Lógico es que, después de que Ruiz Massieu y Salinas de Gortari nos espetó que los priístas no supimos apreciar el gran valor
de Meade, hayan surgido grupos importantes dentro del PRI, que nunca han medrado ni se han aprovechado indebidamente de situaciones ventajosas, buscando recuperar el ideario y el prestigio de antaño, con el mismo nombre, los mismos colores y los mismos principios, todos de indiscutible valor para la regeneración nacional.