n el poniente de Ciudad de México se levanta un alto promontorio que fue bautizado por los mexicas como cerro del Chapulín
. De seguro porque debe haber abundado ese insecto que les servía de alimento.
En el siglo XIX se descubrió ahí una bella escultura en carneolita roja, que representa con gran perfección un chapulín.
El cerro sirvió de morada a los mexicas en la etapa final de su migración, antes de establecer Tenochtitlan en medio de los lagos. En Chapultepec estuvieron 47 años hasta que fueron agredidos por una coalición de pueblos vecinos dirigidos por los tepanecas de Azcapotzalco.
Cuando dominaron a sus vencedores y a muchos otros pueblos lejanos, conservaron un adoratorio a Huitzilopochtli en lo alto. También construyeron albercas para recolectar el agua de manantiales que llevaban a Tenochtitlan por una acueducto que admiró a los españoles.
Mucha historia guarda el mítico cerro en cuya cima se yergue el hermoso Castillo de Chapultepec, que es la sede del Museo Nacional de Historia.
Poco se sabe que a medio camino del ondulante ascenso hay una desviación que conduce al Museo del Caracol.
Alguna vez hablamos de este recinto que este año cumplió 85 de fructífera vida. Mencionamos que la forma de ese pequeño molusco inspiró al arquitecto Pedro Ramírez Vázquez cuando diseñó la Galería de Historia, que se conoce como Museo del Caracol, por su forma espiral.
Desde hace varios años lo dirige la etnóloga Julieta Gil Elorduy, de larga trayectoria en el INAH, en donde ha encabezado varios museos. Es una apasionada de la cultura de nuestro país, lo que se refleja en la labor que desarrolla.
En el festejo de aniversario, plato fuerte fue el paseo por la música mexicana que nos brindó un conjunto de marimba, batería, guitarra, trompeta, percusiones y más. Al frente de la marimba estaba Jorge Aquino, quien es director de la Casa de la Música Mexicana, un sitio extraordinario en donde se forman músicos de 8 a 80 años. Esto era palpable en el variado grupo que incluía un talentoso guitarrista de 11 años.
El culto director ilustraba acerca del compositor, el tipo de melodía, la época, influencias y demás. Un verdadero deleite.
No resistimos volver a dar una vuelta por las salas para apreciar los dioramas y maquetas que muestran escenas de la historia de nuestro país con figuras de barro y escenografías en tercera dimensión elaboradas en madera, además de la parte histórica admira la maestría de los artesanos mexicanos que las elaboraron.
Cada aparador cuenta con iluminación interior y audio que permite escuchar una narración de los hechos representados. El recorrido es muy grato porque se desciende suavemente por la espiral. Al salir hay un primoroso jardín de cactáceas.
Se creó en 1960 como un museo didáctico para niños y jóvenes. En sus 12 salas muestra los hechos más importantes de la historia de México, desde finales del virreinato hasta la Constitución de 1917.
Con el espíritu satisfecho nos fuimos a dar disfrute al cuerpo con una sabrosa comida. Para no perder el entorno vegetal acudimos al parque Lincoln, en Polanco: ahí se encuentra, en Emilio Castelar 135 el Asgaya, con una vista magnífica del vergel y decoración muy grata.
El joven restaurante trae la herencia de una familia que ha manejado varios de los mejores sitios de buen comer en la capital. Sólo recordaré el Prendes.
Integrantes de la cuarta generación ofrecen los platillos que crearon sus abuelos, como los afamados filetes de res, el Chemita con su salsa única y el Rodrigo, de filete de robalo. A mí me encantan los riñones de res jerez y cebolla
y los sesos a la mantequilla negra.
Esta generación también aporta sus recetas: consomé de queso manchego semicurado y alcachofa a las brasas con aderezo de perejil y limón, ¡buenísimos! Los precios son muy razonables, a diferencia de la mayoría de sitios polanqueños.