La agrupación asentada en Chulumani se inspira en la Sinfónica Juvenil de Venezuela, fundada por José Antonio Abreu; mujer violista de 21 años sueña con tocar en ese país
Viernes 14 de diciembre de 2018, p. 3
Cocayapu, Bolivia., Cuando Mariel Chura se enroló a los 14 años en una orquesta juvenil, en la mayor región cocalera de Bolivia, ni siquiera sabía qué era una viola. Siete años después se declara enamorada del instrumento que le ofrece una vía para labrarse un futuro promisorio.
Como ella, unos 80 niños y jóvenes que forman parte de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Chulumani sueñan con una vida esperanzadora, a ritmo de Strauss, Chaikovskiy de la banda sonora de las películas de Indiana Jones.
De tez morena, estatura baja y ojos vivarachos, Mariel creció en la comarca de Cocayapu, cerca de Chulumani, en los valles de los Yungas, a un centenar de kilómetros de La Paz, donde cosechaba hoja de coca en la parcela de sus padres, Pablo y Lidia.
Tocar música hace olvidarnos de todo
Al recibir al equipo de la Afp en esta casa, toma su viola y se sumerge en las notas mientras su madre sujeta la partitura, en un día soleado y de humedad asfixiante. ‘‘Cuando toco me siento tranquila. Es como que te olvidas de todo, te dedicas a tocar, te olvidas de los problemas’’, cuenta Mariel.
Fanática del compositor barroco alemán Georg Philipp Telemann (1681-1767), ‘‘así como de Vivaldi, Mozart y Bach’’, dice que sueña con ‘‘tocar en alguna orquesta sinfónica como en la (juvenil) de Venezuela’’, creada en 1975 por el fallecido maestro José Antonio Abreu, agrupación que ha ganado fama internacional.
Su incursión en la música no fue fácil. Compañeros de la escuela la molestaban, como lo hacían también con algunos integrantes varones de la orquesta, que eran incluso tildados de ‘‘maricones’’ por tocar música clásica.
Mariel tuvo que ‘‘cosechar coca para comprar un instrumento musical propio’’, la viola que le costó unos 115 dólares hace tres años.
Ahora vive en La Paz, donde estudia ingeniería en la universidad estatal UMSA, pero retorna los fines de semana a Chulumani, donde enseña viola a dos niños y sigue ensayando con sus compañeros de la orquesta.
‘‘Un templo’’ donde los chicos se sienten liberados
En la Sinfónica de Chulumani tocan niños y jóvenes de cuatro a 22 años. Ellos, al involucrarse con la música, han estado al margen de los problemas típicos que los rodean, como el consumo de alcohol y droga.
‘‘La orquesta se ha convertido como en un templo donde los chicos llegan y se sienten liberados’’ de ese tipo de influencias dañinas, explica Erik Castro, director e impulsor del grupo musical.
Aun sin planearlo, ‘‘hemos hecho como una prevención’’ ante el consumo de drogas o de alcohol, afirma Castro, un verdadero ídolo para los jóvenes.
La orquesta se formó en 2011 con apoyo de la alcaldía de Chulumani y organizaciones privadas. Desde entonces, varios de sus integrantes han conseguido becas en universidades bolivianas y del extranjero, así como en conservatorios de Perú y Costa Rica, añade Castro.
El director coincide con Mariel en que debieron luchar contra el machismo, pues la música clásica o la barroca de las misiones de los jesuitas del este del país, sólo atraía a las mujeres de la localidad.
Música que se expande a otros países
Tras años de práctica, la Sinfónica de Chulumani ha participado en encuentros con otras orquestas juveniles de Bolivia, Argentina, Chile y Paraguay.
El poblado cocalero albergó en noviembre el Encuentro Internacional de Jóvenes por la Música y la Vida’, en el que centenares de nacionales de esos cuatro países deleitaron en un concierto conjunto a más de un millar de espectadores.
En la velada, los músicos hicieron vibrar al auditorio con varios temas, entre los que destacaron la Marcha Radetzky (de Johann Strauss padre), La Bella Durmiente (de Piotr Ilich Chaikovski), Farándula, de Georges Bizet y La tempes-tad, de Robert W. Smith.
También tocaron composiciones del director musical estadunidense John Williams para las películas Tiburón y la saga de Indiana Jones.
La música ‘‘me ha cambiado la vida, como a muchos de mis colegas músicos’’, dice la violinista Lourdes Sarabia, de 19 años, a minutos de que comience el concierto de más de dos horas.
En la gala también participaron los niños bolivianos Aldo, de 11 años, y Johsset Salvador, de 10, muy hábiles con el violín. ‘‘Me pone feliz’’, dice Aldo mientras Johsset cuenta que sintió ‘‘mucha felicidad por tocar con otras orquestas’’.
Las nuevas metas de la Sinfónica de Chulumani son obtener más becas en el exterior para sus intérpretes y llevar la música boliviana a otras latitudes.