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Imagen y mito de una star
M

ichael Jackson: On the Wall, título de la exposición alrededor del artista pop, actualmente en el Grand Palais, es un nombre atinado: las más diversas y controvertidas imágenes del cantante pueden admirarse en los muros del museo parisiense. Caleidoscopio del Rey del pop, las obras de cuarenta creadores, a menudo figuras bien cotizadas en el mercado del arte, proponen representaciones personales de su idea de un ídolo, un fenómeno extraterrestre, en suma, un mito.

De las dos famosas obras realizadas por Andy Warhol al Retrato ecuestre del rey Felipe II, donde Kehinde Willey pone a Jackson en el lugar del monarca montado a caballo, a las creaciones video de Paul Pfeiffer donde el cantante es metamorfoseado en mariposa dorada o hace eco a un Leonardo de 1490; de la instalación de David Hammons, rey afroamericano de la escena contemporánea al mural instalado por Rashid Johnson, estrella del arte conceptual post-negro: las obras expuestas pueden desconcertar o divertir, exasperar o hacer reflexionar, pero el conjunto de claroscuros y colores evocan una época de años alegres, despreocupados, cuando el regocijo salía de la alcoba para tomar la calle.

Antes de París, la exposición atrajo 82 mil 500 visitantes en la National Portrait Gallery de Londres. En marzo, se exhibirá en el Bundeskunshale de Bonn, antes de ir a Espoo, en Finlandia, último de los contratos firmados por los dos responsables del imperio Jackson. A su muerte, el 25 de junio de 2009, el artista acumulaba pérdidas por 50 mil millones de dólares. McCain y Branca, los dos responsables de la gestión se dieron un triple objetivo: rembolsar la deuda, generar beneficio y desarrollar su carrera póstuma. Hoy día, el negocio declara beneficios por 50 mil millones de dólares. Michael Jackson es de lejos el número uno en la clasificación Forbes de las celebridades fallecidas más rentables, delante de Presley y Monroe.

Los llamados mitos del show business, aunque lejos de las figuras mitológicas griegas o de otras cosmogonías, poseen algunos rasgos peculiares en común con dioses, semidioses, héroes, personajes de leyenda, seres dotados de dones excepcionales, con vidas extraordinarias y, a veces, finales trágicos. Encarnan un ideal colectivo, emana de ellos un aura de misterio, su magnetismo atrapa incluso después de su desaparición como una estrella muerta. Sus extravagancias son admiradas cuando no son seguidas como un ejemplo, peligroso en ocasiones. Como los héroes, Aquiles o Héctor, la muerte temprana es parte de su irradiación. Sobre todo cuando es trágica. James Dean y Marilyn Monroe tienen sobre Presley la ventaja de sus vidas truncadas en el auge de sus carreras cinematográficas. Sus desapariciones no necesitan de los anteojos negros de Greta Garbo ni del retiro de Brigitte Bardot del cine para dedicarse a la protección de los animales. Los ídolos se confunden con su imagen, imperecedera al desaparecer.

Michael Jackson es el mito de su propia imagen. Ilusionista, aparece y desaparece en escena por el arte de magia de su danza. Como el protagonista de El tambor de hojalata de Grass, Óscar, no deseaba crecer: quería seguir siendo un niño en el mundo fantástico de Neverland, construido a su antojo, caprichosamente kitsch, vasta casa de muñecos para jugar con otros niños. Juegos que le costaron procesos y fortunas. El personaje Jackson hace visibles las heridas sangrantes de la lucha racial en Estado Unidos. Desea ser blanco. Las operacio-nes de cirugía para afinar sus rasgos y los tratamientos para aclarar su piel son parte de esa imagen cinematográfica que deseó ser y en la que termina por envolverse como en un sudario. Confundido con su imagen, su mistificación lo atrapa al encarnar el mito que exigen los idólatras a sus dioses. La imagen se impone a la persona, viva o muerta. Como las calaveras de Posada que bailan, la imagen de Michael Jackson aparece y desaparece suspendida a los pasos de su danza enloquecedora.