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¿La Fiesta en Paz?

Taurinos guadalupanos pero descreídos

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▲ Cuando la fiesta brava es convertida en terapia ocupacional de potentados sin imaginación, no serán los antis ni las autoridades omisas quienes la sentencien a muerte, sino la falta de respeto por el toro.Foto Archivo
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on relación a la interminable corrida del 12 de diciembre pasado en la Plaza México, transmitida por Tv a España, el aficionado español José Miguel Tur escribió en Twitter: Máximo respeto y admiración a la afición mejicana, aguantar este sucedáneo de tauromaquia y pagar por verlo es simplemente heroico. La presentación del ganado en la Monumental es para quemar la plaza. ¡Qué paciencia! Y lo de los comentaristas... ¡me quedo mudo!

Aunque el grueso de los profesionales del negocio de la tauromaquia se ostenten como creyentes, luego como católicos y, por si faltara, como fieles devotos de la Virgen de Guadalupe –no la anterior de Extremadura, sino la de México, se entiende–, su incongruencia entre lo que dicen creer y lo que hacen es cada día más notoria.

Siempre ha habido concepciones religiosas que manipulan una idea particular de Dios a costa de la dignidad de los seres humanos e individuos que, para su beneficio y no para expansión de la conciencia de la gente, siguen manipulando las relaciones entre las personas con el pretexto de la fe en un poder superior. Pero la fe, si no es convertida en obras que den testimonio de su verdad y bondad, además de creencia muerta es disfraz aborrecido por las deidades, incluida la táurica.

Ya podrán traer los despreocupados taurinos de aquí y de allá a Jesús en la boca, a las vírgenes y a los santos incluidos todavía en el santoral, que si siguen sacándole la vuelta a la dignidad animal del toro con edad, trapío y sus astas íntegras y a competir frente a él, engañando al público con el novillón manso y bobo, la gente no sólo dejará de ir a las plazas, sino que la fiesta seguirá perdiendo argumentos de peso para su defensa y sano desarrollo.

Obras son amores y no buenas razones, dice el dicho, y los actores de la función taurina, así se ostenten como fervientes guadalupanos, siguen exhibiendo conductas que dan un débil testimonio de su fe, por no decir de franco descreimiento, de irreverencia hacia lo que dicen profesar y de traición a los valores que presumen. Podrán comulgar diario o cada primer viernes y asistir a misa los domingos o los sábados, que también cuenta, que si se niegan a enfrentar toros que les puedan arrancar la cabeza o algún miembro, lo que debería ser un acto de fe en la grandeza ética y estética de la lidia se convierte en divertida parodia del dramático encuentro sacrificial entre dos individuos.

Como descreen de sí mismos, los de la tauromafia menos creen en el toro íntegro, encastado, bravo o geniudo, con todos los riesgos que entraña, y una vez comprobado que el público ya no lo exige airadamente, sino que al sentir su ausencia en las plazas simplemente opta por ausentarse también, los cronistas seudopositivos –otros que hacen como que creen– exhortan a ir a las corridas sin que le den importancia a la basura que sale por toriles.

Santiago Taboada Cortina, del PAN, nuevo alcalde en Benito Juárez para el periodo 2018-21, prometió entre otras cosas mejorar el equipamiento de la policía por aquello de la inseguridad, pero no prometió nada en lo que se refiere a cumplir y hacer cumplir el reglamento taurino de Ciudad de México, con lo que sólo mantiene la directriz de sus prianistas antecesores: llevar la fiesta en paz en materia taurina. El tedioso guatecazo de la reciente Corrida Guadalupana en la Plaza México, sin sorteo de los toros ni comprobación de su edad ni de sus astas, hace abrigar más de lo mismo en el desprestigiado coso: autorregulación irresponsable y fraudulenta con anuencia de la autoridá.