Muerte digna, ¿cuándo?
oco a poco irán brotando como hongos agazapados en la ineptitud y la corrupción de sucesivos sexenios, las descomposiciones, omisiones y traiciones de una clase política tan soberbia como insensible, que entendió el ejercicio del poder como premio y no como responsabilidad social ineludible e inexcusable.
Magnífico que ahora el mandatario y su gabinete sean objeto de severo escrutinio cotidiano por parte de enemigos, opinólogos, aliados y simpatizantes; si eso mismo se hubiera hecho, digamos, con Miguel de la Madrid a Enrique Peña Nieto, muy otras serían las circunstancias del país.
Poblado por crisólogos o especialistas en enfrentar y mal sortear las crisis provocadas en buena medida por una ciudadanía desentendida del desempeño de gobernantes, legisladores y sobrepagados especialistas en impartición de justicia, México por fin tiene en sus manos la posibilidad de empezar a cambiar en serio.
¿O usted había escuchado a alguno de los caballeritos metidos a mandatarios o a secretarios de salud referirse abiertamente al tema de la muerte digna? Empeñados todos en unir esfuerzos –fallidos, desde luego– que condujeran a una vida digna
para los mexicanos, tiñeron la nación de sangre y encomendaron la muerte indigna a delincuentes, policías, sicarios y fuerzas armadas.
Por eso alegra y da esperanzas que el presidente López Obrador, en un acto celebrado en Mérida, Yucatán, la semana pasada, haya aludido sin tapujos al evitado tema de los enfermos terminales, a la vez que propuso diseñar un mecanismo de asistencia para bien morir, lo que actualmente no está considerado en el sistema de salud
al que refieren, como ruborizados, ortotanásicas y tibias leyes de Ciudad de México.
Gobiernos y autoridades han hecho tan poco que lo que se logre, a muy prudente distancia de criterios confesionales, y en seguida poner en práctica sin estorbos burocráticos redundará, ahora sí, en el mejoramiento de la salud individual y colectiva de los mexicanos, habida cuenta de que no se puede hablar de vida digna sin dignidad en la muerte.
La muerte digna es opcional. Pero el derecho a decidir cómo y cuándo morir, sin autorización de familiares, autoridades, médicos, religiosos, notarios y otras policías, es irrenunciable.