Editorial
Ver día anteriorSábado 16 de marzo de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Jóvenes, conciencia planetaria
U

n año después de que los jóvenes estadunidenses detonaran un movimiento nacional para exigir a los políticos de su país poner fin al descontrol absoluto en la tenencia de armas de fuego que casi cada semana son usadas en tiroteos masivos, la estudiante sueca Greta Thunberg ha logrado despertar entre las juventudes un movimiento global de alerta ante el cambio climático y llama a la acción urgente para encarar este desafío. Aunque pudieran parecer hechos inconexos, además de la edad de sus protagonistas, a estas manifestaciones las hermana un detonante: la constatación de que las personas en posiciones de poder, en su mayoría adultos, tienen nulo interés por el futuro del planeta y de las siguientes generaciones de seres humanos.

Esta conciencia queda plasmada en los lemas adoptados por quienes se han sumado a la huelga estudiantil contra el cambio climático, cuya consigna más repetida fue "si ustedes no actúan como adultos, nosotros lo haremos".

El estado de emergencia que trasmiten lemas como están destruyendo nuestro futuro, actúa ahora, o nada o no hay un planeta B distan de ser exageraciones: la temperatura global promedio es un grado más alta que antes de la era industrial y se estima que de continuar la tendencia de calentamiento, para finales de siglo el nivel medio del mar aumentará más de 60 centímetros, con catastróficos efectos para las poblaciones costeras del orbe.

Las consecuencias ya son palpables con fenómenos meteorológicos año con año más devastadores en términos de pérdidas humanas y materiales, así como en el daño probablemente irreversible a las criaturas con las que compartimos la Tierra: en menos de 50 años las actividades humanas han provocado la desaparición de 60 por ciento de las poblaciones de especies de aves, peces, mamíferos, anfibios y reptiles.

Por ello resultan incomprensiblemente mezquinas las reacciones como la del presidente de la Asociación de Directores de Secundaria de Nueva Zelanda, Michael William, quien descalificó el esfuerzo de los jóvenes y advirtió acerca de consecuencias por la pérdida de clases. En cambio, debe saludarse que estudiantes de todo el mundo demuestren una gigantesca visión y madurez –en lo que claramente rebasan a muchos adultos– para dimensionar la gravedad de un fenómeno que pone en jaque su futuro, así como para tomar en sus manos la tarea de crear conciencia en sus conciudadanos. En suma, cabe hacer votos porque este nueva sacudida a la complacencia de los líderes mundiales y a la indolencia de la mayor parte de las sociedades logre trascender su momento mediático y sea un poderoso actor político que empuje la impostergable agenda en pro de la cordura en el uso de los recursos naturales; tarea de la que pende, de manera cada día más inocultable, la propia supervivencia humana.