Domingo 31 de marzo de 2019, p. 5
Seis temporadas, la salida de Obama y la llegada de Donald Trump al poder son algunas de las muchas cosas que han pasado desde que Armando Ianucci –mente maestra de películas como In The Loop o La muerte de Stalin– reunió a un talentoso grupo actoral y de guionistas para Veep, la comedia más política en la pantalla chica.
En ese lapso, el propio Ianucci cedió el cargo de showrunner a David Mandel, cuya experiencia como escritor estaba más que probada por su participación en comedias televisivas de la talla de Los Simpson o Curb Your Enthusiasm. Su fácil integración al proyecto se benefició de la cercanía con la protagonista, Julia Louis-Dreyfus, con quien ya había compartido créditos hace más de dos décadas en la serie Seinfeld. La transición entre un jefe de escritores y el otro fue prácticamente imperceptible; sin embargo, la necesidad de hacer una pausa el año pasado por la noticia de que su protagonista debía librar una batalla contra el cáncer parecía hacer peligrar el retorno de Selina Meyer (Louis-Dreyfus), quien finalmente está de vuelta para empezar una última temporada de Veep por HBO.
Durante siete años, después de su estreno en abril de 2012, Veep ha sabido comentar sobre la clase política en Estados Unidos, manteniendo un interesante margen. La historia de Selina Meyer y su ascenso en las cúpulas de poder, sin ser un paralelismo de ninguna administración en curso, ha desenmascarado por años y con precisión el ADN de quienes toman las decisiones en uno de los países más poderosos del mundo, demostrando la capacidad de corrupción que el poder ejerce sobre cualquiera, sin distinciones de género, clase o coeficiente intelectual.
“Se publicó un artículo muy importante en el Washington Post hace aproximadamente un mes, que comparaba el primero y segundo años de Trump en el gobierno. Sus mentiras se triplicaron. El mundo está cambiando y yo bien podría retomar episodios viejos de Veep, los hayamos escrito yo o Armando (Ianucci), y muchas son cosas que terminaron sucediendo”, contó con una sonrisa el jefe de escritores, David Mandel, en Los Ángeles.
“Por ejemplo, pasó con el denominado apagón de Trump, a inicios de 2018. En la sexta temporada del programa, el personaje de Jonah (Timothy Simons) hizo lo mismo y por razones similares. Este es uno de los motivos principales por los cuales decidimos terminarlo. Se ha vuelto muy complicado decidir qué se considera ahora un disparate o no. Si son fanáticos de la serie saben que muchos episodios anteriores involucraban a Selina (Louis-Dreyfus) diciendo o haciendo algo indebido y pagando posteriormente las consecuencias. Pero ya ni siquiera ocurre así. Empezamos haciendo Veep y ahora siento que despertamos un día y casi como The West Wing.”
La realidad complicada
–Es cierto que la serie nunca ha sido una reflexión literal sobre la realidad, pero ¿dirías que esto facilita la escritura o todo lo contrario?
–No. Lo hace más complicado porque el nivel y los motivos de encono u ofensa han cambiado. Incluso, antes de mi etapa como showrunner, cuando Ianucci estaba al frente, se ha jugado con la noción de lo público contra lo privado. Así es como realmente son los políticos. No ejercen sus cargos con conciencia de servicio público, sino meramente por el poder que implica. Hoy día ya no existe esa división entre lo público y lo privado, no solamente en Estados Unidos, sino en todo el mundo. Los gobiernos autoritarios están creciendo; tenemos fenómenos como el Brexit, pero básicamente estamos ante un montón de gente que dice o hace lo que quiere, mientras el resto parece haberse resignado a que la clase política tiene motivos ulteriores. En Veep buscamos parodiar este tipo de situaciones, aunque realmente se ha vuelto cada vez más complicado.
“Hoy día doy un paso atrás para observar, aunque es muy difícil si todo esto ocurre de manera simultánea con la serie. Quizás en 10 años podamos ver atrás a 2019 con más objetividad, pero ahora mismo es difícil alejarse de esa forma y comentar sobre temas como la guerra declarada contra la ciencia, la guerra contra los hechos y la guerra contra la gente inteligente. Se trata de temas que observamos y procuramos incorporar al mundo de Veep, aunque jamás buscamos incorporar o señalar a Trump como personaje de la serie, ya que tanto Selina como Jonah tienen suficientes elementos trumpianos para comentar con una aproximación a la realidad. Parodiar al presidente es tarea de los espectáculos nocturnos de sketches. Ese tipo de comedia no envejece bien. El mundo de la política es de por sí oscuro, pero nuestro trabajo es hablar de él desde una óptica divertida.”
–Entonces, si el clima político no fuera la locura que es, ¿considerarías continuar con la serie?
–La realidad es que nadie nos dijo nunca que debíamos acabar con el programa. HBO ha sido un gran apoyo para terminarlo cuando y como nosotros quisiéramos. Julia y yo nos conocimos en Seinfeld y estuvimos hasta el final de esa serie. Cuando Jerry (Seinfeld) terminó su programa, decidió hacerlo cuando aún estaba en muy buen momento. Esto es algo que jamás olvidaré, porque dejamos al público queriendo más, aunque la realidad es que para entonces pudimos haber hecho una o más temporadas sin problema y seguro hubieran sido buenas. Pero mi idea siempre ha sido continuar algo solo cuando se sigue sintiendo correcto y refrescante.
“Escribimos esta temporada de Veep sin pensarla necesariamente como la última. No había un final como objetivo. Me senté con Julia y le platiqué cuál era la historia que quería contar, a lo que simplemente respondió: ‘Claro. Ese es el final’”.
–Tomando en cuenta que hoy día las susceptibilidades parecen herirse con más facilidad que cuando hacían Seinfeld, ¿consideras que la comedia se ha visto afectada? ¿Cómo ha afectado en el proceso detrás de la escritura de Veep?
–Eso es absolutamente cierto. Todo esto ha tenido un impacto muy duro en la comedia y no soy fanático de cómo. Me cuesta trabajo hablar de ello. Pero hay una cosa que siempre digo, sin ánimos de ser repetitivo. Siempre he dicho que soy un gordo judío de Nueva York, pero soy el primero en reírse de un buen chiste sobre gordos o el Holocausto. Sinceramente, no es algo que me ofenda o importe demasiado. De verdad, no importa, siempre y cuando sea un gran chiste. Hay gente que intenta hacer del hecho de ser gordo o judío, en este caso, la broma en sí. Esto sí me parece ofensivo, no sólo porque se está señalando y criticando, sino también por la holgazanería evidente en quien escribe ese tipo de comedia. Así pienso, así llevo mi vida y así he llevado este show.
Y, mira, entiendo perfectamente de dónde vienen y cómo afectan estos temas. La gente ya no quiere normalizar las conductas que se ven en ciertos personajes de la ficción, y estoy de acuerdo en algunos casos. Pero debo confesar que, como judío, me aterra la idea de ya no poder bromear sobre el Holocausto o el antisemitismo. Estamos condenando a desaparecer una de las mejores armas para seguir atacando esas creencias y comentando sobre nuestra historia.