Editorial
Ver día anteriorDomingo 12 de mayo de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La CTM, mal y de malas
L

ejos de los días de su fundación y mucho más distanciada aún de las épocas en que se ostentaba como única representante legítima del movimiento obrero organizado –aunque en la práctica siempre vinculaba su destino con el de los gobiernos turno– la Confederación de Trabajadores de México (CTM) recibe, ocasionalmente, los golpes de una violencia que en su caso aparece como ligada a la propia actividad interna de la organización.

La semana que concluye no fue benévola con la dirigencia de la octogenaria central sindical: el miércoles 8, en Cuernavaca, fueron asesinados a balazos Jesús García Rodríguez, un empresario que era a la vez líder cetemista, y Roberto Castrejón Jr., sindicalista de la filial morelense de la CTM e hijo de Roberto Castrejón Campos, primer secretario general suplente de esa confederación en Morelos. El primero de ellos (a quien le decían Don Chuy) ya había experimentado los efectos de la violencia en 2017, cuando su hijo Juan Manuel García Bejarano fue muerto a tiros en lo que según el entonces gobernador Graco Ramírez habría sido una disputa entre grupos del crimen organizado.

Y en otro episodio acontecido apenas ayer en Salamanca, Guanajuato, el victimado fue Gilberto Muñoz Mosqueda, quien durante 43 años había estado al frente del Sindicato Nacional de la Industria Química, Petroquímica, Carboquímica, Gases, Similares y Conexos de la República Mexicana, afiliado a la otrora poderosa corporación sindical.

Con la imprecisión que las autoridades judiciales suelen mostrar en tales casos, los encargados de investigar estos hechos aventuraron que podría tratarse de conflictos al interior de la CTM, basados más en presunciones que en hechos probados. Pero tales presunciones no suenan desatinadas, habida cuenta de los intereses económicos y políticos que cuidan (y disputan) una multitud de pequeños líderes de las federaciones cetemistas estatales.

Con una estructura organizativa anquilosada, una cúpula dirigente cuya longevidad es sólo comparable a su inacción, y una posibilidad de volver a ser parte importante del sistema político cercana a cero, la organización fundada en 1936 tiene enfoques que muy a menudo se apartan escandalosamente de la realidad. En las pasadas elecciones, por ejemplo, la CTM pronosticó que José Antonio Meade (a quien llamó el candidato de la esperanza) ganaría cómodamente la presidencia de la República. En consecuencia, vaticinó un futuro brillante para sí misma, donde volvería a ser protagonista en la defensa de los trabajadores. Entre quienes no le creyeron estaba la Confederación Sindical Internacional, que en diciembre de 2018 decidió expulsar de su seno a la CTM por llevar a cabo –dijo– acciones contrarias a los principios y valores de esos mismos trabajadores.

Los homicidios de esta semana reflejan, entre otras cosas, la opaca realidad de la central obrera, su fragmentación (los hechos de violencia parecen tener carácter estrictamente local y sin ninguna relación entre sí) y un deterioro completamente acorde con la pérdida de peso específico de la actividad sindical en todo el mundo.