Lunes 27 de mayo de 2019, p. 7
El compositor, pianista e irruptor cultural cubano Chucho Valdés estrenó la noche del sábado en Bellas Artes una composición en homenaje a quien lo hizo músico: Caridad Amaro, su abuela, y enmendó la historia de la música escrita en el imaginario popular: cierto, Chucho entró al olimpo de la mano de su padre, Bebo Valdés, pero a quien le debe el amor por los sonidos y sus silencios es a su abuela. Y eso ocurrió en medio de una bacanal de música muy fina, que mezcló las tradiciones del barroco, el romanticismo, el modernismo, con el trío de tambores batá y los toques de Nigeria y Arará.
El retorno de Chucho Valdés luego de nueve años de ausencia fue imperial.
El butaquerío, colmado de feligreses paganos, lo recibió como lo que es: uno de los músicos mejores en el orbe y además muy amado y él, sorprendido ante la tempestad de aplausos, vítores y júbilo que lo recibió, juntó las manos frente a su pecho, sonrió y el público entró en delirio luego de que esa sonrisa iluminara la noche entera, que se llenó de son guajiro, bolero, rumba, hechizo y guaguancó, entreverado con frases de Rachmaninov, Ravel, Debussy, Lennon y McCartney, Johann Sebastian Bach y la magia de piano, tambores batá, contrabajo acústico y un set de congas, utensilios suficientes para armar tremenda fiesta de furor y feria y fábulas narradas con esos instrumentos como pocas veces suena algo que hace tan felices a las personas.
Dreiser Durruty se plantó al centro del escenario bajo un atado ritual: el trío de conos de madera, clepsidras de ébano, piezas talladas a mano y de una sola pieza, que reciben el nombre de batá: tres tambores rituales de magia y santería: Iyá, Itótele y Okónkolo, así nombrados por su tamaño, de mayor a menor y símbolo y uso para curar los males del alma.
Fucking amazing, this is beautiful: Michael Nyman
Desde esos tambores, Dreiser contestaba cada nota, cada guiño, acorde, belleza en aluviones nacida de las manazas de ese marsupial a rape llamado Chucho Valdés, cuya enorme humanidad daba pie a las entradas de Yaroldy Abreu en las congas y al embrujo del encordado acústico de Ramón Vázquez, contrabajista que reúne en uno solo los estilos de Eddie Gómez y Anders Jormin, el primero, compañero de batalla de Bill Evans, el segundo, contrabajista sueco.
No era casualidad tal mezcla de estilos, pues el padre de Chucho, Bebo Valdés, se estableció en Suecia y Eddie Gómez refiere a su vez a una manera de dimensionar el genio e importancia musical de Chucho Valdés, a quien los expertos europeos ubican entre los primeros cinco pianistas del planeta, junto a, justamente, Bill Evans y Keith Jarrett, y uno a las primeras de cambio pensaría: exageran, pero es cuestión de estar sentado en una butaca frente a Chucho Valdés, como la noche prodigiosa de este sábado, para corroborar el aserto: Chucho Valdés es un gigante, no solamente por su físico: su música encandila, nutre, pone en órbita a la gente.
En la butaca de junto, Michael Nyman, a su vez pianista y compositor, exclamaba entre lágrimas: fucking amazing, this is beautiful
, y recordaba las atmósferas que suele crear otro genio semejante a Chucho Valdés: el sudafricano Abdullah Ibrahim.
Pero Chucho Valdés es de esos genios de a de veras, un hombre sencillo que antes de anunciar cada pieza advertía: es algo muy sencillo, lo acabamos de componer y ahora lo vamos a estrenar y está dedicado a mi abuela. A ella le gustaba mucho Rachmaninov
.
Y Rachmaninov fue el primer autor visible en el imaginario de lo que sonó la noche del sábado en Bellas Artes. Las manazas del pianista cubano deslizaban clusters a lo Cecil Taylor y enseguida desplegaba en la mano izquierda el tema Eleanor Rigby mientras la derecha encaderaba un son montuno.
Ahora la mano derecha entona a Thelonious Monk mientras la izquierda juguetea con el tema principal del Bolero de Ravel.
Apenas sonaba la segunda pieza del concierto y todo era éxtasis y sonrisas entre músicos y público. Una música de belleza extrema, sencilla y al mismo tiempo sumamente complicada, embrujante, irresistible. Encandiladora.
El canto yoruba, los tambores batá, los prodigios del contrabajo acústico, el coro de congas, el piano de Chucho Valdés, el canto de Nigeria y Arará.
Chucho Valdés en Bellas Artes. Una orgía celeste de congas y batá, una novela de Carpentier en calzoncillos, un concierto barroco sin peluca ni afeites ni perfume. Tan sólo el aroma poderoso de la música desnuda.
Una octava maravilla.