Miércoles 3 de julio de 2019, p. a33
El tricolor necesitó de tiempo extra y un penal para vencer a Haití por 1-0 y avanzar a la final de la Copa Oro. El duelo en el estadio de la Universidad de Phoenix fue un dolor de cabeza para los mexicanos que recordaron con nostalgia cuando les llamaban el Gigante de Concacaf. Ayer ni asomo de aquel apodo. El rival saldrá este miércoles del duelo entre Jamaica y Estados Unidos.
Haití, un país caribeño azotado por la pobreza y la desgracia, fue un rival incómodo para el tricolor en las semifinales de la Copa Oro. Sin grandes proezas de futbol, más coraje y músculo que toques, dieron la batalla.
México llegó con la idea de que avanzar a la final era una obligación, los caribeños estuvieron motivados por la experiencia de que esta es la primera vez que logran una semifinal en este torneo. Los haitianos, que requieren del patrocinio de una empresa colombiana para tener uniformes, soñaban con hacer historia y de paso mantener a los patrocinadores que les permiten tener camisetas.
El primer minuto y hubo un tiro de Frantzdy Pierrot, quien aprovechó un descuido en la zaga mexicana y se atrevió a mandar una pelota al arco, pero que se fue desviada. Un susto, pero también una advertencia.
En la zona técnica, la ausencia simbólica y real del entrenador Gerardo Tata Martino, por acumulación de tarjetas amarillas, era notoria. En su lugar, uno de sus hombres de confianza, Jorge Theiler, se hacía cargo de dar indicaciones y pegar gritos para que espabilaran los tricolores.
Rodolfo Pizarro tuvo una llegada que prometía, se acercó al área y envió una diagonal, pero el portero haitiano saltó a tiempo para atrapar la pelota y ahuyentar el peligro.
Poco después Roberto Alvarado remató un balón, pero se fue desviado y más tarde Raúl Jiménez cabeceó una buena pelota, pero de nuevo el portero haitiano interrumpió el centro y canceló toda posibilidad de abrir el marcador.
Sin goles, se fueron al descanso y el tricolor empezó a mostrar signos de nerviosismo, porque la supuesta superioridad en la región no se percibía ante unos rivales que no ofrecían un juego muy fino.
En esa segunda parte, México empezó a perder la idea, los toques se volvieron vagos y ya no se percibía cuál era la apuesta ante un Haití que complicaba todas la evoluciones de los mexicanos.
Desde el exilio de las gradas, Tata Martino veía con angustia que el equipo que desea estaba muy alejado del que se complicaba ante los haitianos.
Uriel Antuna entró al minuto 68 por Alvarado y el panorama se aclaró un poco. Un trazo largo lo recibió el mediocampista, pero estaba en posición adelantada, aunque intentó terminar la jugada y el portero de Haití salió a pelear ese balón.
El partido se acercaba al final y la desesperación fue una pésima consejera de los mexicanos. Los pases eran precipitados, sin pensarlo demasiado, sin juego, pelotazo al área y en la gradas podía verse a Tata llevarse las manos a la cabeza.
Los haitianos, en cambio, con las manos juntas oraban por lo que consideraban un milagro al sacarle un empate sin goles a pocos minutos del final.
A pesar de que tenían acorralado a Haití, e intentaron algunos contragolpes delirantes, sin sentido y que resolvían con pelotazos a ninguna parte o con caídas absurdas, México no podía imponer orden y menos culminar una jugada peligrosa.
El partido, contra lo pronosticado, fue un galimatías y terminó el tiempo reglamentario en empate sin goles. Se fue a tiempo extra.
En el inicio del alargue, los primeros movimientos derivaron en una entrada al área de Raúl, pero un zaguero le cometió una falta, polémica, y les dieron el penal. Jiménez, quien falló un penal contra Costa Rica, se aprestó para cobrarlo. Midió, calculó apenas y tiro con suavidad para por fin, sólo así, meter la pelota en las redes al minuto 93.