a palabra ‘marfil’ timbraba en el aire, era susurrada, era parte de un suspiro. Cualquiera diría que se trataba de un rezo. Un tinte de rapacería imbécil atravesaba la atmósfera, como si fuera la emanación de un cadáver”. Con estas palabras inquietantes Joseph Conrad evoca en su novela El corazón de las tinieblas la violencia y la maldad que rodean la obsesión por el marfil.
El escenario es un viaje por el río Congo a finales del siglo XIX. El comercio de marfil se confundía con el tráfico de esclavos en una tragedia dantesca, cuyo legado todavía padecemos. Y si no cambiamos el rumbo de los acontecimientos, nuestros hijos serán los testigos de la extinción de los elefantes.
A principios del siglo XX la población de elefantes se acercaba a la cifra de 12 millones de animales. Después de décadas de cacería implacable, dicha población sufrió un colapso extraordinario y en la actualidad quedan 490 mil en todo África. En 1989, la Convención sobre Comercio Internacional de Especies Amenazadas (Cites) decretó la prohibición total de comercio de marfil y eso frenó la cacería furtiva de elefantes. Algunas poblaciones de elefantes pudieron recuperarse.
Pero las fuerzas económicas volvieron al ataque, y en 1997 las Partes de la Cites aprobaron una venta de 50 toneladas de marfil provenientes de acervos existentes de Botswana, Namibia y Zimbabue, y en 2008 se autorizó otra venta de marfil (esta vez proveniente de esos países y de Sudáfrica). Los destinatarios de estas ventas fueron China y Japón. Los argumentos para justificar esas transacciones fueron que los recursos se destinarían a soportar los gastos de la conservación de elefantes y a apoyar las comunidades locales.
El resultado de esas dos ventas de marfil fue un repunte espectacular de la cacería furtiva. En la actualidad, el número de elefantes asesinados cada año rebasa 20 mil. ¡Un elefante masacrado cada media hora! Con razón se mantiene activo el mercado ilegal en el mundo, a pesar de que China ya cerró ese comercio interno.
Esta semana se lleva a cabo en Ginebra la reunión decisiva sobre el porvenir de los elefantes en África. No es exageración decir que el futuro de esta especie está en peligro mortal. En esta Conferencia de las Partes (Cop18) de la Cites se enfrentan dos posiciones sobre el destino de los elefantes. Por una parte, la Coalición para el Elefante Africano (AEC), que incluye 32 países del continente, propone colocar a todas las poblaciones de elefante africano en el Apéndice Uno, que prohíbe terminantemente el comercio de las especies ahí enlistadas. Con esta propuesta se regresaría a la protección que permitió reducir de manera significativa la cacería furtiva de esos animales.
Frente a esta coalición se erige un grupo de países de África austral que sostiene que sus poblaciones de elefantes están en aumento. Estas naciones reclaman el derecho a vender marfil como si fuera un recurso natural cualquiera. Se trata de Sudáfrica, Zimbabue, Namibia y Botswana. En estos países los elefantes se encuentran en el Apéndice Dos de la Cites y, por tanto, en ellos no está prohibido el comercio de marfil. Sin embargo, bajo un complicado proceso de anotaciones, en estas naciones todavía no se permite dicho comercio. Estos cuatro países pretenden cambiar esa situación para reanudar el comercio.
La postura de este grupo adolece de varios problemas. Primero, las poblaciones de elefantes, que son migratorias, se desplazan constantemente de un territorio a otro. Con frecuencia muchos elefantes son avistados al anochecer en Namibia (Apéndice Dos), pero esos mismos animales pueden encontrarse al amanecer en Angola (donde prevalece el régimen del Apéndice Uno).
Segundo, mantener a la misma especie bajo dos apéndices es siempre desaconsejado en el marco de la Cites. La razón es sencilla: el listado dividido promueve el mercado ilegal y abre las puertas al lavado de marfil. Las fuerzas comerciales no conocen fronteras y la conectividad mercantil tiende a borrar todas las barreras artificiales.
Tercero, quienes promueven la venta de marfil ignoran todo sobre la estructura y dinámica de los mercados de ese producto. Volver a abrir el mercado mundial de marfil puede llevar a un proceso sin control, tal como sucedió con las ventas anteriores. Tampoco es cierto que la venta de marfil haya generado recursos que sirvieran para la conservación de los elefantes o para beneficio de las comunidades locales. No hay un solo estudio que pueda documentar esa canalización de recursos.
Muchas votaciones importantes se llevarán a cabo en esta conferencia de la Cites en Ginebra. Pero, por mucho, la más emblemática será la concerniente a la elevación al Apéndice Uno de todas las poblaciones de elefante africano. ¿Cuál será el rostro que México enseñará al mundo? Podría dar un ejemplo de lucidez y liderazgo, mostrando que la protección de la biodiversidad debe ser la prioridad. ¿O seguirá votando, para usar las palabras de Conrad, con la rapacidad imbécil
del mercantilismo aplicado a la vida silvestre?
Twitter: @anadaloficial