Lunes 23 de septiembre de 2019, p. a14
Kabul. En los deslucidos locales de la dirección del Instituto del Cine afgano, repletos de bobinas en estuches de hierro oxidados, Sahraa Karimi supervisa un equipo de 77 hombres con los que espera sacar al cine nacional de la sombra de los talibanes.
Es un cargo muy difícil, porque llegué a una oficina totalmente sin equipar, destruida, que tengo que reconstruir
, afirmó la cineasta de 36 años, cuya película Hava, Maryam, Ayesha se estrenó en el festival de cine de Venecia hace unas semanas.
La industria del cine afgano, que tuvo su apogeo en los años 70, era un sector muy vivo con éxitos como Mardha Ra Qawl Ast (Los hombres cumplen sus promesas, en persa), una historia de amor, romance y poder.
Pero todo ello se apagó con la invasión soviética de 1979, que obligó a los cineastas a dedicarse a la propaganda. Luego llegaron los talibanes, que los redujeron al silencio durante su régimen –de 1996 a 2001– prohibiendo los filmes y la música.
Los islamistas radicales fueron destruyendo sistemáticamente los rollos de película y las grabaciones musicales. Colgaban los televisores de las farolas y cualquiera que incumpliera sus reglas se arriesgaba a un duro castigo, incluidos latigazos.
Una vez fueron expulsados del poder, la dirección del cine afgano fue reconstituida, pero no era muy activa al estar en manos de responsables conocidos por su incompetencia.
En sus oficinas de Kabul, se tiraron archivos muy preciados a la basura y el personal, exclusivamente masculino –que en tiempo de los talibanes logró salvar algunos rollos de película escondiéndolos– parece ahora desmotivado.
Es un verdadero desafío pero soy alguien que los aprecia
, sostiene Karimi, que en mayo se convirtió en la primera mujer al frente de esta institución.
Desde entonces, ha impulsado varios proyectos para resucitar la producción nacional.