n neologismo reciente se utiliza cada vez más en Franciay en países occidentalesque gozan de los privilegios modernos: colap-sollogie (colapsología).
Esta palabra comenzópor designar el desplomede la civilización industrial y sus consecuencias, a partir de la publicación de Cómo todo puede desplomarse. Pequeño manual de colapsología para uso de las generaciones presentes (2015), estudio elaborado por PabloServigne y RaphaëlStevens.
En un corto periodo,este neologismo ha ganado terreno y no sólo porsu creciente uso, sinotambién por la extensión de los fenómenos que abarca y ciencias encuyas investigaciones se apoya.
Del vaticinio del desplome de la civilización industrial, la colapso-logía ha pasado a otros nefastos augurios.
Se anuncian el calentamiento de la Tierra, elagotamiento del agua potable, el fin de la agricultura y, por tanto, delos alimentos, la subidade los mares, el aumen-to de ciclones y tsunamis,en una frase: el apocalip-sis del fin del mundo.
Ante todos anuncioscatastróficos, algunosbienes reales, los sereshumanos reaccionanen forma distinta,cada uno según su carácter o la dosis de su pesimismo.
Hay quienes responsabilizan a los gobernantes del planeta y quienes consideran que son fenómenos naturales contra los cuales nada se puede.
Otros piensan que es una cuestión de medidas a nivel mundial, algunos piensan que es cuestión de una pedagogía y una conducta de cada habitante de la Tierra.
Existen, como lo demuestran las manifestaciones mundiales de las nuevas generaciones, quienes creen que todavía es posible poner alto a la destrucción del medio ambiente y salvar nuestro planeta.
Por desgracia, existen también los que, parodiando la frase atribuida a Luis XV, se alzan de hombros para decir:‘‘Después de mí, el diluvio”, decididos adisfrutar cuanto puedan del confort industrial actual, sin importarlesni futuro humano niplanetario.
Y hay los colapsólogos en número creciente para quienes ya no hay remedio y no queda sino prepararse a la catástrofe adaptándose de una buena vez a ella y anticipan, precavidos, una existen-cia primitiva, para nodecir cavernícola.
Abandonan las ciudades, se refugian en el campo, se privan de electricidad y demás avan-ces tecnológicos, reducen sus necesidades vitalesal mínimo, acostumbrándose así al futuro ineluc-table de los escasossobrevivientes: ellosmismos.
Mientras algunos países, en ocasiones los más poblados, por ejemplo China, buscan desarrollar su crecimiento, otros piensan que este crecimiento es dañino y no puede sino conducir a la catástrofe.
Estos últimos consideran que el mundo debe, al contrario, organizar el decrecimiento.
La polémica no tiene fin: es evidentementemás fácil para un paísdesarrollado recomen-dar la disminución que para un país dondehay necesidad de desarrollo, como es más fácilpara un hombre bien nutrido que para un hambriento recomendar la dieta.
Hasta hace algunos años, y a lo largo de lahistoria de las civiliza-ciones, los augurios defin del mundo, emana-dos de temores ancestrales, eran dominio casi exclusivo de sectas dirigi-das por profetasapocalípticos.
Se trataba más de creencias que de peli-gros reales. En la actualidad, no se trata de oscurantistas presagios degrupúsculos fanatiza-dos sino constataciones científicas sobre el calentamiento terrestre o la extinción de múltiples especies animales.
Ante este panorama mundial, las alternativas no son todavía un dilema sin opción. Los hombres pueden todavía escoger libremente su destino.
En los años 60, Fernando Césarman publicó en México un libro titulado con un ahora viejo neologismo: Ecocidio.
Tenía razón en sus análisis. La palabra se cargó de un significado real.
Ahora, el neologismode los colapsólogos corre el riesgo de cobrar una realidad que nuestralibertad y lo que nosquede de sensatez pue-de evitar.
Aunque enriquezcan nuestro vocabulario, existen neologismos que sería preferible leer como una alerta y no como predicción del peor porvenir.