La bailaora dedicó el espectáculo Sombras ‘‘a todas las personas que nos han ayudado’’
Sábado 26 de octubre de 2019, p. 3
Guanajuato, Gto., Una aspiración sideral articulada con baile, luz, música, sonido y aplausos se vio en la presentación de Sombras, espectáculo de flamenco con el que la bailaora Sara Baras volvió la noche del jueves al Festival Internacional Cervantino (FIC) para compartir la celebración de sus recientes 20 años de carrera.
Los bailaores parecen tomar posesión del espacio, del antes y después del sonido y la luz. El espacio es suyo incluso donde no están en el escenario, en una breve infracción a las leyes de la física.
Baras dedicó el espectáculo a ‘‘todas las personas que nos han ayudado, los momentos que nos han influido. Es importante no olvidar”. Ella interpreta Sombras como ‘‘la parte positiva”, un recorrido por ‘‘épocas y maestros” en charla temprana. Sin embargo, fue puntual: ‘‘No podemos transmitir el disfrute si no disfrutamos”.
El baile en la semipenumbra, las siluetas remarcadas por el zapateo en el recinto guanajuatense, convertido durante casi hora y media en un tablao. La noche y el día, los colores de los vestidos al vuelo o ceñidos en las formas estilizadas en este espectáculo protagonizado por la andaluza Sara Baras.
El rasgueo de la guitarra mientras el taconeo va conectándose, estos acordes evocadores de un mundo sin tiempo, de oscuridades, vinos, sombras cruzadas por el sol crudo. Las manos de Baras concentran la energía de los asistentes, llaman a un remolino de sensualidad y paz.
Farruca que la marcó
Sara Baras contó, antes del espectáculo, que su madre le enseñó a entregar todo en cada cosa que haga. Sombras, dijo, es la farruca (estilo de flamenco) que la marcó, pues rompió el esquema de que sólo era interpretada por hombres. ‘‘La bailé hace 20 años. Me cambió haber sido valiente”.
En el escenario ella se convierte en el centro de una galaxia de músicos, cantantes, bailarines de este palo (estilo) de flamenco. Ella es el núcleo, la gravedad que atrae al resto de los integrantes de su compañía y el auditorio.
Parece que los asistentes conocen el siguiente lance, como si ese reino de sombras estuviera en su memoria. La bailaora los conduce a un camino, se siente, desde un bosque oscurecido, marca el paso con movimiento potente y de repente la luz, el taconeo final de la escena en el momento exacto en que el público exhala y aplaude. Se escucha una canción ‘‘Yo vengo de Hungría y con mi caravana”. Lenta y enorme. El lamento de un hombre, pero sobre el reconocimiento de su circunstancia. En medio de la fiesta, una extraña fiesta que no excluye la tristeza.
Cada número parece estudiado, preciso. Las participaciones están plenas de contundencia y comunicación. Nada fuera de lugar, nadie a destiempo. Pero hay piezas móviles.
‘‘Sombras no ha parado de crecer, tiene muchos momentos de improvisación. Eso hace que la obra vaya cambiando. Ahí está nuestra verdad. No la podemos hacer como si fueran matemáticas. Es algo mucho más sentido, aunque la estructura esté super anclada en la tierra.”
Así pasa. Ella es terrenal, pero aspira al cielo, evoca el universo. Alza las manos al infinito, se yergue, se crece. Parece flotar, como aquél titán que obtiene su fuerza de la tierra. Avisa siempre ese contacto con el zapateo. Un ritual cósmico.
Esta farruca grande, explicó Sara Baras, incluye ‘‘otros registros en la parte coreográfica y musical, la iluminación, el vestuario, el colorido, la forma de estar en escena... Es como un viaje donde aparecen los detalles de estos 20 años”. Se escenifican canciones de amor, bailes que se sienten como el crecimiento de las personas, despechos, nostalgias, orgullo de exiliados y sus tradiciones nómadas. El sol es inclemente pero no cruel, mientras la noche propicia paz y recuerdos.
Sombras ‘‘es la celebración. Mirar atrás realmente me llena de orgullo”, sostuvo Sara Baras, quien en 2003 acompañó el concierto de Chavela Vargas en la Alhóndiga.