n su primera respuesta al beligerante discurso del general retirado Carlos Demetrio Gaytán Ochoa publicado por esta casa editorial el 30 de octubre, el presidente Andrés Manuel López Obrador dijo un día después en su conferencia matutina en Palacio Nacional, que el divisionario estaba en su derecho de expresarse
y La Jornada de difundirlo
. Agregó: Lo que pasa es que por buscar la nota destacan esto como algo extraordinario, espectacular. Lamentable, porque ahora resulta que un general del gobierno de Calderón, del periodo de mayor represión, es motivo de exaltación en un periódico independiente, pero así son las cosas
.
López Obrador mencionó que Gaytán fue subsecretario de Defensa de Felipe Calderón, quien declaró una guerra
de exterminio y represión
con altos índices de letalidad
(había más muertos que heridos en los enfrentamientos) y donde los mandos de mero arriba
del Ejército decían a sus soldados ustedes hagan su trabajo, que nosotros nos ocupamos de las derechos humanos
. Incluso, dijo, los jerarcas castrenses inventaron
los daños colaterales
.
AMLO minimizó el discurso del general Gaytán y aseveró que no existe riesgo de fractura
en el Ejército. En realidad, el pronunciamiento Gaytán en las instalaciones de la Defensa, ante unos 500 miembros del generalato en actividad y en retiro, en su mayoría diplomados de Estado Mayor y sin mando de tropa −calificados como de escritorio
por la oficialidad intermedia y llamados militares de terciopelo
y Dioses del Ejército Mexicano
(DEM) por la milicia−, no fue extraordinario ni espectacular: fue grave y cercano a la insubordinación. Tampoco, intuyo, estuvo en el ánimo de La Jornada exaltar al general que durante el calderonismo fue jefe del Estado Mayor de la Sedena, el cargo operativo más importante del Ejército, y considerado entonces uno de los mandos más cercanos al titular del ramo, el general Guillermo Galván.
Adiestrado y adoctrinado por el Pentágono en la Escuela de las Américas, Gaytán fue comandante de agrupamiento en la Fuerza de Tarea Arcoíris, creada para sofocar el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en Chiapas (1994) y estuvo en la terna para encabezar la Defensa durante el gobierno de Enrique Peña Nieto, quien lo designó titular de Banjercito, por lo que, frustrado, pasó a retiro en 2015.
Gaytán −quien como el ex secretario de Defensa, Salvador Cienfuegos y otros miembros de su Estado Mayor durante el sexenio de Peña, ha tenido en la coyuntura una franca actitud beligerante y deliberativa− es expresión de los cambios de época
dentro del Ejército.
La escisión jerárquica o la llamada crisis de las estructuras
en la interna castrense, tiene que ver con la sustitución al frente de la Sedena de los generales revolucionarios
(el jefe heroico) por los generales tácticos
y luego los generales diplomados
−expertos en organización militar
y portadores del espíritu técnico
−, formadas ambas generaciones en la Escuela Superior de Guerra. Y que tras el establecimiento del tercer vínculo
entre el Pentágono y las fuerzas armadas mexicanas en 1995 (el vínculo militar) fueron entrenados y adoctrinados con mayor profusión en cuarteles de Estados Unidos en la guerra no convencional (irregular o difusa), que incluye técnicas y prácticas que operan al margen de la normativa militar internacional vigente.
A los que se sumarían, a partir de 2002, los generales adiestrados en el Comando Norte del Pentágono, que disciplinados en el marco de la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (Aspan) y la Iniciativa Mérida, llevaron a cabo la militarización de la seguridad interior
en clave de necropoder: el esquema de hacer morir y dejar vivir
propio del capitalismo actual, como forma de control y gestión de población, que echó mano de paramilitares y de mercenarios, y convirtió a México en un país de fosas clandestinas. Es decir, las prácticas de exterminio a las que alude López Obrador.
A esa lógica respondió el discurso de Gaytán–quien recuperó incluso nociones caras al Pentágono sobre un México al borde del caos
y como Estado fallido
−, en un desayuno
con generales en actividad y en retiro. El encuentro sirvió de tribuna política de defensa de los objetivos de la institución castrense, donde lejos de comportarse como meros espectadores, generales enojados
y molestos
como Sergio Aponte −otro de los mandos duros
del calderonismo−, se constituyen en grupos de presión con la (eventual) capacidad de influir en la jefatura del Ejército y el poder político.
De allí, tal vez, que de una primera minimización del discurso de Gaytán, el 2 de noviembre AMLO aludiera a la (im)posibilidad, en México, de un golpe de Estado
. Por Facebook y Twitter dijo que los conservadores
pudieron cometer la felonía de derrocar y asesinar a Madero
, porque no supo, o las circunstancias no se lo permitieron, apoyarse en una base social que lo protegiera y respaldara
. Ahora, según él, es distinto, ya que una “mayoría libre y consciente […] no permitiría otro golpe de Estado”. Aseveró: aquí no hay la mínima oportunidad para los Huerta, los Franco, los Hitler o los Pinochet. El México de hoy no es tierra fértil para el genocidio ni para canallas que lo imploren
.