ara su auspicioso debut como realizador, el actor José María Yazpik ha escogido filmar un guion suyo y de Alejandro Ricaño, que parece una de esas leyendas que se cuentan en los pueblos. La anécdota es muy simple: una avioneta suelta una carga importante de paquetes de cocaína sobre el apacible pueblo de San Ignacio, en Baja California Sur. Y los narcos, encarnados en la figura de alguien conocido simplemente como el Doctor (Jesús Ochoa), le encomiendan a un otrora lugareño apodado el Chato (el propio Yazpik) a que regrese a su pueblo natal a recuperar los paquetes. Él obedece y procede a su misión, ofreciendo 100 dólares por cada paquete devuelto, argumentando que se trata de medicina de una firma farmacéutica. Eso despierta la codicia de los habitantes, así como un irrefrenable consumismo.
Así, Polvo es un logrado proyecto que evoca a las buenas comedias costumbristas que hizo Luis Alcoriza en su momento, en las que un hecho externo alteraba para siempre la vida de los habitantes de un pueblo. El buen conocimiento de los usos y costumbres norteñas ayuda a que el guion sea verosímil y, sobre todo, a que los diálogos y situaciones tengan gracia.
Todo es divertido y ligero hasta que el desarrollo de las acciones va generando la codicia, la corrupción y la violencia en el pueblo. De manera sutil, Polvo es una metáfora de lo que el tráfico de drogas le hizo al país entero a lo largo de las décadas. Lo que era un entorno tranquilo se convierte en un hervidero de ambiciones que involucra a los comerciantes, la iglesia y prácticamente a todos los habitantes.
La película funciona como significativa sátira social del México contemporáneo, aunque la acción ocurra en 1982 (año emblemático, por ser el último del sexenio de López Portillo y el inicio de la incesante devaluación del peso). En ese entonces la presencia del narco no era tan avasalladora como en nuestros días, pero la forma amenazante de proceder del Doctor da pie a todo el contenido metafórico de la película. De no ser el Chato quien recupere la droga mediante engaños, existe la posibilidad de que alguna unidad queme al pueblo y a todos sus habitantes.
Yazpik como director ha conseguido establecer un convincente tono naturalista a sus acciones. Y como actor ha desempeñado uno de sus mejores papeles: Chato es un pobre diablo que se las da de triunfador cuando regresa a su pueblo, tras fingir que se fue para ser estrella en Hollywood. En realidad, es un subalterno menor del narco, reducido a ser cadenero de un antro.
El reparto cumple de manera uniforme con dicho tono. Ver a Mariana Treviño (ganadora del premio a mejor actriz en el pasado Festival Internacional de Cinde de Morelia) como la Jacinta, ex novia del Chato, conversar de todo y de nada en su primer rencuentro con él, es un retrato acabado del modo de ser pueblerino y norteño. E incluso personajes incidentales, como el viejo Facundo (Manuel Poncelis), que pide comprar un walkman aunque no sabe lo que es y ya ni oye, ilustran bien la postura de nuevos ricos que inflama a los habitantes de San Ignacio.
Si algún defecto tiene la película es que, en su busca del anticlímax, resulta algo plana en su último tramo. De alguna manera, el antagonismo que el protagonista ha creado en Toto (Adrián Vázquez), su rival en amores y ahora alguacil del pueblo, o en Fisher (Carlos Valencia), un lugareño más ambicioso, daba para más. Pero es buscarle peros a una sátira que cumple con su cometido.
Polvo
D: José María Yazpik/ G: José María Yazpik y Alejandro Ricaño/ F. en C: Tonatiuh Martínez/ M: Sergio Acosta Russek, Andrés Sánchez Maher/ Ed: Miguel Schverdfinger/ Con: José María Yazpik, Mariana Treviño, Adrián Vázquez, Carlos Valencia, Jesús Ochoa, Joaquín Cosío/ P: Tintorera Producciones, Alebrije Cine y Video, THR3 Media, Detalle Films, Secretaría de Cultura, Fondo de Inversión y Estímulos al Cine, Heineken, Eficine 189.
Twitter: @walyder