El diablo entre las piernas
natomía del infierno. Al cabo de una ya larga colaboración artística con su guionista y pareja sentimental Paz Alicia Garciadiego, el veterano realizador Arturo Ripstein ofrece en El diablo entre las piernas (2019), lo que tal vez sea la proyección más sulfurosa de su manera de entender, a través del cine, los larguísimos tormentos y las muy efímeras satisfacciones de la pasión amorosa.
El desencanto moral y, muy a menudo, el hartazgo, parecen ser el corolario de una concordia afectiva entre dos seres humanos destinada a generar, con el tiempo y la rutina, únicamente frustración y un autodesprecio magnificado luego en violencia verbal misógina, todo según el dogma de un determinismo inflexible.
En la obra de Ripstein, esta lógica ha puesto de cabeza, de modo muy deliberado, la larga tradición de un melodrama mexicano marcado por un culto de la resignación y las pretendidas virtudes del desprendimiento. En suma, la respetabilidad social, el decoro verbal y la corrección política.
En la mayoría de los relatos fílmicos de Paz Alicia Garciadiego pareciera existir la intención (lograda o no, es otro asunto), de subvertir no sólo la corrección verbal, sino de modo más inquietante aún las certidumbres ideológicas de lo que hoy se conoce como perspectiva de género. Y ese propósito conlleva implícito, en su ambigüedad y sus excesos expresivos, un inevitable tufo de misoginia, particularmente ofensivo en un país donde impera el maltrato doméstico y donde cunden los feminicidios. Su apuesta de incorrección política suele así irritar a los públicos más diversos, pero jamás había alcanzado grados de irritación mayor como en el caso de El diablo entre las piernas, una cinta en la que esa representación de la mujer maltratada toma un giro inesperado con la reivindicación de las incómodas realidades de una sexualidad ejercida altaneramente en la vejez, un periodo en la vida en que el sexo y sus posibles procacidades no tienen autorización social alguna de expresarse. Y que sea Beatriz (Sylvia Pasquel, estupenda), una mujer madura, quien desafiando los celos de su patético marido erotómano culposo (Alejandro Suárez), ofrezca sus carnes casi marchitas, aunque siempre exultantes, a quien mejor tributo les rinda, termina siendo una pedrada al convencionalismo moral de muchas conciencias satisfechas.
En el ambiente claustrofóbico habitual de tantas otras cintas suyas, con el barroquismo verbal que ya es inseparable de sus ficciones, y bajo la lente cómplice y experta del cinefotógrafo Alejandro Cantú, la pareja Ripstein- Garciadiego ofrece su esperpéntica y muy impetuosa visión de una sexualidad crepuscular que haciendo caso omiso de toda sensatez y mesura, ha elegido albergar –lúdica y retadoramente– al propio diablo entre las piernas.
Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional a las 12 y 17:45 horas.
Twitter: @Carlosbonfil1