acaciones cinéfilas. Como cada año, la Cineteca Nacional ofrece una atractiva selección de películas europeas, con algunos títulos comerciales (pocos), y muchos otros filmes de autor (entre ficción y documentales), para completar un programa de 24 cintas, provenientes de 19 países, en su edición del Festival de Cine Europeo, desde el 11 de diciembre hasta los primeros días de enero. Una gran fiesta de fin de año para los cinéfilos en busca de un entretenimiento de calidad como opción ideal a las gozosas y congestionadas salidas decembrinas. La mayoría de las cintas provienen de festivales; algunas cuantas han tenido una previa exhibición esporádica en nuestro país, otras más son descubrimientos afortunados. La selección en su conjunto es buena y muy equilibrada. Por el momento cabe destacar aquí dos títulos exhibidos al inicio del certamen, pero que la próxima semana tendrán un nuevo pase.
La línea (Ciaran, 2017), cinta eslovaca del realizador Peter Bebjak (Cleaner, 2015), es un notable thriller situado en 2007, en los inhóspitos territorios de la frontera entre Ucrania y Eslovaquia, en una época en que este último país estaba a punto de ingresar al mercado de la comunidad europea. Con los controles fronterizos aún muy vigilados, era particularmente intensa y clandestina la actividad de contrabando de mercancías desde la antigua república soviética hasta el país ya candidato a un mercado más libre. La corrupción y los abusos proliferaban en los territorios de la línea, propiciando la creación de bandas delictivas muy desorganizadas y por ese mismo descontrol propensas a disimular sus equivocaciones y fracasos con el recurso a una violencia irracional.
El eslovaco Adam Krajnak (Tomas Mastalir), hombre de pocas palabras y acciones brutales, intenta mantener el control de una pequeña banda un tanto caricaturesca, cuya máxima línea de contrabando son los cigarrillos. A su yerno Igor (Oeleksandr Piskunov), joven romántico e impulsivo, pero aún muy inexperto, Adam habrá de transmitirle las duras responsabilidades de un pequeño mafioso en ciernes, según el modelo del cine de gánsters hollywoodense. Lo fascinante de la cinta es cómo muestra la manera en que los personajes del drama van cruzando, inadvertidamente, la línea roja de lo que es ética y razonablemente manejable para esa delincuencia que se pretende profesional. Del contrabando de cigarrillos se pasa al tráfico de anfetaminas y de ahí a la trata de ciudadanos afganos que intentan cruzar la línea para buscar asilo político en Europa. Una espiral de imprevistos desastrosos va minando el ánimo de los personajes, en particular del patriarca Adam, hasta diseminarse viralmente en la región. A esa desolación moral colectiva la acentúa una pista sonora que, de modo ominoso, sugiere todo un réquiem de la desesperanza.
El ladrido distante de los perros (Oleg’ Krieg, 2017), cinta realizada por el documentalista danés Simon Lereng Wilmont (Madera de campeón, 2016), muestra, a través de la mirada de Oleg (Oleg Afanasyev), un niño de 10 años, las devastaciones que produjo a partir de 2014 el interminable conflicto armado entre nacionalistas ucranianos y milicias prorrusas, con supuesta participación rusa, en la zona fronteriza del Dombás, al este de Ucrania. El documentalista elige tomar distancias con todo comentario político y en la mejor tradición de una exploración del alma infantil sacudida por un desastre bélico (La infancia de Iván, Tarkovsky, 1962; Las tortugas pueden volar, Ghobadi, 2004), refiere primeramente el duelo del niño por la madre desaparecida, luego el cobijo espiritual al lado de su abuela Aleksandra y el edén virtual de juegos y travesuras que Oleg se construye, al lado de un primo de su edad y otro joven adolescente, en medio de ese infierno de bombardeos continuos que hacen de la muerte una siniestra compañía cotidiana a la hora de la cena y en cada una de las faenas domésticas.
El documental de Lereg Wilmont alcanza las alturas de la ficción más depurada. Su manera de captar el desasosiego de una infancia adiestrada por maestros y familiares para mantener la calma y aprender e improvisar estrategias de supervivencia, sin abandonar del todo y pese a todo la despreocupación y el goce de sus juegos y locuras (sacrificar ranas con una escopeta como un ocio que aún ignora la noción del crimen), es uno de los aciertos mayores del documental. El retrato del terror que en el niño Oleg evoca ese asesino merodeador vuelto jauría bélica, confiere al título elegido para su comercialización, todo su impacto dramático. Los bombardeos intermitentes son el ladrido distante de esos perros, con figura vagamente humana, que entre tantas otras calamidades llevan hasta la comarca toda la rabia del odio y la intolerancia.
Para el resto de títulos y horarios consultar: www.cinetecanacional.net
Twitter: CarlosBonfil1