Sábado 29 de febrero de 2020, p. a12
Sinfonía para una voz rota.
La hipótesis tiene los siguientes fundamentos: el compositor polaco Henryk Mikolaj Górecki (1933-2010) escribió una sinfonía para voz en proceso de fractura a partir de tres textos en torno a las lamentaciones; el primero de índole mística, atribuido a la Virgen María, data del siglo XV; el segundo fue escrito por una joven en la pared de una cárcel de la Gestapo en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, y el tercero es un canto campesino de una madre que busca a su hijo asesinado.
La escribió en Katowice a finales de 1976 y la estrenó el siguiente año en Alemania y al otro año la grabó con la soprano Stefania Woytowicz.
Pasaron 15 años.
El director de orquesta David Zinman descubrió el Grial en el aparato fonal de la soprano Dawn Upshaw, cuya tesitura, denominada soubrette, alcanzaba el rango requerido para música no convencional, más allá de los linderos de la ópera.
Esa grabación de la Tercera Sinfonía de Gorecki con la London Sinfonietta y la soprano Dawn Upshaw puso en órbita al mundo musical. A la fecha se han vendido más de un millón de copias de ese disco, que dio a conocer en México el Disquero.
El hallazgo consistió en dar con la voz que buscó el compositor cuando se puso a escribir su sinfonía. Una voz rota.
El éxito de ese disco puso a Gorecki en los cuernos de la Luna, la cresta de la ola, bajo el haz de reflectores, él tan tímido, tan reservado.
En 1993, en la ciudad de Guanajuato, dijo en entrevista al autor del Disquero: ‘‘se ha dicho tanto de mi Tercera Sinfonía que no sabría ya qué decir al respecto. Solamente estoy contento de haberla escrito y como compositor ya la tengo tras de mí. Siempre me ha resultado muy difícil hablar de esa obra, porque me implicó trabajo arduo. Me fijé ciertas metas de producción que las palabras no pueden definir”.
Y en efecto, quien escucha la Tercera Sinfonía de Gorecki no es ya la misma persona que era antes de conocer esta partitura.
Va más allá de las palabras.
Es la rotura a la que se refería Leonard Cohen: ‘‘hay una grieta en todo; así es como entra la luz”.
Es la grieta de la voz.
Escuchar la Tercera Sinfonía de Gorecki es una experiencia que orilla a lo sublime, lo místico, lo metafísico.
Más allá de las palabras rotas.
Y entonces viene la noticia: la nueva grabación de esta obra es la culminación de la búsqueda: una celebridad de la música para conocedores, Beth Gibbons, otorga voz a esta sinfonía. La grieta, la rotura, el abismo.
Escuchar este disco, Symphony of Sorrowful Songs, con Beth Gibbons, es una experiencia estremecedora.
Beth Gibbons rebasa los alcances de Stefania Woytowicz y de Dawn Upshaw; su registro canoro pendula entre la tiniebla y la luz. Deja marcas en el camino: grietas en el piso, hoyos en el cielo.
Ella es a su vez una cantante de culto.
Se dio a conocer en 1994 con la banda mítica Portishead y un disco también ya de culto: Dummy. En particular la pieza final de ese álbum, Glory box, la ubicó de inmediato en el corazón de los mejores melómanos, los más exigentes, los más entendidos, los que conocen la inmensidad de su registro canoro, registrada en otro par de discos.
Luego de 10 años de ausencia regresa triunfalmente con el disco que ahora nos ocupa, resultado de la decisión, tomada junto al compositor polaco Krzysztof Penderecki, de publicar en forma de disco la interpretación en vivo que realizaron, ella a la voz, él a la batuta frente a la Polish National Radio Shymphony Orchestra, de la Tercera Sinfonía de Gorecki. Es un disco preñado de estremecimiento.
Desde el inicio electrifica, literalmente, pues el crescendo de las secciones de violonchelos y contrabajos musitando y luego al punto del alarido, corresponden al sonido de la voz quebrada de los instrumentos, de toda la orquesta, de la atmósfera completa creada en el interior de la sala de conciertos en Polonia.
El rumor de los chelos y los bajos crece como la marea, la espuma, la neblina. Las tinieblas se iluminan.
Esa sinfonía de Gorecki ha quedado en el gusto del público como una música luminosa, bella, conmovedora, sonriente, cuando en aparente paradoja nace de la tiniebla, lo hirsuto, lo oscuro.
La belleza poética de esta obra emparenta a Gorecki con Arvo Pärt.
Ambos autores, el polaco y el estoniano, entablan lo diáfano de lo sencillo mediante procedimientos arduos, sumamente complicados.
Es una música sencilla lograda del pensamiento hondo.
Su voz en Guanajuato hace 26 años: ‘‘amo escribir para la voz; no es para mí un instrumento como lo consideran otros autores. La voz para mí es el más vivo, el más increíble de los instrumentos”.
La Tercera Sinfonía de Gorecki es la voz de la noche, como Novalis; es la voz de la luz, como Giotto; es la voz del lamento, como Shakespeare; es la voz nacida de la entraña, de las piedras, de la lama de las piedras y el gruñido de la entraña.
A todo eso da voz Beth Gibbons.
La tesitura de esta creadora de ambientes sonoros ha madurado de manera semejante a como maduraron las voces de Marianne Faithfull y Patti Smith. Ellas tres estremecen. Ellas tres dan voz a la poesía.
La poesía, esa madre nutricia, esa bondad amamantadora de Beth Gibbons quien de niña en la granja inglesa donde nació se quedaba dormida con un libro en la mano: poemas de Sylvia Plath.
A todo eso da voz Krzysztof Penderecki.
La mano izquierda de Penderecki ha madurado de manera semejante a como maduraron los cerezos, los buenos vinos, los pensamientos de alguien que ama a alguien y se lo dice.
Hemos visto en México a Penderecki dirigiendo orquestas con su mano izquierda, su barbita blanca de pico, su mirada azul, como azul eran también las córneas de Gorecki, su amigo, su hermano del alma.
Tan hablaban el mismo idioma, la misma voz Gorecki y Penderecki, que los últimos días que se vieron bromearon mucho: el de la barbita le decía al de barba calva al pie de su lecho de enfermo en el hospital: ya, compónte, vamos al jardín a caminar, a festejar nuestros 160 años de edad, que hubieran cumplido juntos, cada uno octagenario, hace 10 años si como Juárez, Gorecki no hubiera muerto.
Tan hablan la misma voz estos compositores polacos, tan dados ellos, los polacos, a las profundidades poéticas del alma, que ahora Castor da voz a su hermano Polux con esta interpretación estremecedoramente hermosa de la Tercera Sinfonía.
La mano izquierda de Penderecki. La orquesta. La barba pelona de su hermano Gorecki. La grieta. El vacío. La oquedad. El relámpago:
La velocidad tan lenta que imprime la batuta en la mano izquierda de Penderecki cobra vorágine, vuelo de colibrí, que se mueve tan rápido que parece que no se mueve.
Sólo se escucha la voz, quebrada, untada a la entraña. La grieta. El paso de la luz sobre la tiniebla.
Beth Gibbons, Krzysztof Penderecki, Henryk Mikolaj Górecki.
Tercera Sinfonía.
La voz de la luz que tiembla en la llama de una vela en medio de la oscuridad.