De buen juicio
í, ya dijimos en la colaboración anterior, que la 4T no se ha desprendido del neoliberalismo, sistema mucho más complejo que la pura red de corrupción institucional, fértil semilla del deterioro de las relaciones sociales en todos sus niveles, incluida la personalidad individual con una tendencia al egoísmo que arrebata sus satisfactores usando, si considera necesario, la extrema violencia, fenómeno que, sin duda, combate en su raíz y ramales el gobierno actual.
Pero el sistema capitalista es más que la corrupción, aunque ésta nazca naturalmente en dicho sistema co-mo mecanismo pervertido de la concentración de capital. Cierto es que nunca se nos dijo que la excepcional oportunidad de sanear el Estado sería una revolución, pero sí creímos, y creemos muchos, que es posible ir armando una estructura de transición hacia una mayor justicia social mediante cambios en las relaciones de producción. Construir un aparato económico mixto, de capitalismo y cooperativismo que permita la coexistencia del trabajo asalariado, cuya vocación es la extracción de plusvalía, con la propiedad comunitaria de medios de producción y la apropiación colectiva de la ganancia.
No es imposible para un presidente con apoyo mayoritario, y valentía y buen juicio, como creo que es AMLO, a condición de que escuche tanto a los consejeros neoliberales que lo rodean como a los expertos anticapitalistas que también insertó en su gabinete y otros muchos con que cuenta nuestro país. Pues, hasta ahora, en lo referente al agro, ha intentado conciliar los intereses de la agroindustria de exportación, los medianos y pequeños productores con expectativas capitalistas, y apoyos monetarios o en especie, como semillas y fertilizantes, para la subsistencia de campesinos y comuneros indígenas, con un discurso pro sustentabilidad y cuidado del medio ambiente, pero cuyos resultados sólo palian el hambre cotidiana sin regresarles su debida dignidad, histórica y de clase.
Porque, lo que hace una falta urgente e improrrogable es el apoyo al colectivismo y cooperativismo de la producción campesina para que participen de manera sostenible y con ventaja en el aparato productivo y comercial de alimentos saludables y autóctonos. (Como están haciendo en Europa agricultores y consumidores convencidos, obteniendo del Estado prerrogativas fiscales más que ayudas monetarias.)
En nuestro país debe ampliarse la infraestructura y, o protección de vías locales de comunicación, del agua, la tenencia de la tierra, mercados locales, bodegas aptas para perecederos, todo lo que facilite y favorezca la producción campesina comunitaria, cooperativa, y su distribución en crecientes redes. ¡Qué importa si compiten sus productos con los de la agroindustria! ¡Qué importa si el término que define esta práctica en México, el tequio, es de origen español, según algunos, o prehispánico, según nosotros! Nuestros campesinos lo practican y saben cómo arrancarle una productividad asombrosa sin afectar su sustentabilidad. Con la condición de que no los aplaste un fisco sin criterio, ni la corrupción que, ésta sí, vemos cómo se desmorona.