a irracionalidad del odio. El gran mérito de El acusado y el espía (J’accuse, 2019), la cinta de Roman Polanski basada en el libro An Officer and a Spy (2013), del novelista inglés Robert Harris, radica en haberse inspirado del célebre caso Dreyfus, la enorme injusticia que a finales del siglo XIX condenó a un alto militar judío francés a la degradación militar y al destierro de por vida, para sugerir una parábola muy actual de las consecuencias que suele producir en la vida pública la práctica de la difamación y la mentira ejercida desde el poder. Para comprender mejor el impacto de la cinta conviene conocer algunos pormenores de un asunto histórico plagado de complejidades y turbias resonancias políticas. El caso Dreyfus no sólo fue el ejemplo de una bajeza moral elevada al rango de razón de Estado, sino también una fascinante trama de misterio. Así pareció entenderlo el escritor y periodista Robert Harris, especializado en relatos de suspenso, y así lo manejó finalmente el realizador de thrillers tan notables como Barrio chino, Búsqueda frenética o Basada en hechos reales.
Los sucesos. El 22 de diciembre de 1894 una corte marcial condenó al capitán Alfred Dreyfus a la degradación militar y a un confinamiento en las mazmorras de la isla del Diablo en la Guyana francesa. Su pretendido crimen fue haber entregado información secreta a las fuerzas del imperio alemán. Cuando a un general Mercier se le sugirió que las piezas de inculpación pudieron haber sido trucadas y que incluso podría ser otra la identidad del verdadero espía, lo que quedó en entredicho fue la reputación de una institución militar francesa vulnerada ya por la derrota militar de 1870. Importaba entonces salvar el honor del ejército nacional, incluso a expensas de una flagrante injusticia en contra de un inocente. En un clima social donde predominaba un antisemitismo de extrema derecha, el hecho de que el oficial Dreyfus fuera el primer judío promovido a un alto cargo militar en Francia, convertía a este personaje en un ideal chivo expiatorio. Algunas de las escenas más dramáticas de la cinta de Polanski muestran a una turba enardecida gritando mueras a los judíos como parte de un linchamiento irracional teñido de patriotismo. Difamar, denostar, perseguir y condenar son etapas combinadas de una misma estrategia de odio.
En su libro Los orígenes del totalitarismo, la escritora Hannah Arendt refiere, a propósito del caso Dreyfus, una anécdota escalofriante: en una reunión de notables burgueses, un médico antisemita alude al capitán judío y exclama: Me gustaría torturarlo
, y una dama presente añade: Y yo desearía que fuera inocente, así sufriría todavía más
.
Ese tipo de ensañamiento moral en contra de un solo individuo, señalado como tácito responsable de todos los males del mundo, es el tema clave de El acusado y el espía, pero el escritor Harris y el cineasta Polanski eligen no concentrar el relato en la figura del propio Dreyfus (Louis Garrel), sino en la de su inesperado defensor, el coronel Georges Picquart (Jean Dujardin), encargado del servicio de inteligencia militar, quien advierte la injusticia y confronta temerariamente a la institución castrense. Una filtración a la prensa transforma el asunto militar en escándalo político, y a la causa de Dreyfus adhieren personalidades de la talla de Anatole France, Georges Clemenceau, Marcel Proust y prominentemente Émile Zola, quien publica en el diario L’Aurore un artículo devastador titulado Yo acuso
(título original de la cinta). De inmediato la sociedad francesa se divide entre partidarios y denostadores de Dreyfus.
El ideal de unidad nacional, imperativo en Francia después de la derrota militar tres décadas antes, se resquebraja por completo. El odio y el prejuicio ganan por un tiempo la batalla, y Polanski aborda el asunto, no tanto como una burda referencia a sus propias calamidades frente al escarnio mediático por sus pasadas conductas de abuso sexual, sino como una alusión más universal al repunte de los extremismos ideológicos en nuestra sociedad actual y sus injusticias, sus prejuicios delirantes y sus saldos desastrosos. En este sentido, y a sus 86 años, el director franco-polaco ofrece una de las películas más lúcidas y desencantadas de toda su carrera. Es el irónico y virtual Yo acuso del acusado mayor por excelencia. De modo revelador, y como una ironía más, su cinta conquistó el Gran Premio del Jurado en el pasado festival de cine de Venecia y el galardón por mejor director en la reciente entrega de los Césares en Francia, todo en medio de una encendida polémica y con la protesta de grupos feministas. Una mirada desprejuiciada a la creación de un gran artista se ha convertido hoy en un raro privilegio y en una responsabilidad moral espinosa.
Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional (12:30 y 21 horas) y en salas comerciales.