Paulina Fernández Christlieb, estímulo y ejemplo // ¡Ecce homo! y elección del INE
na ingrata sensación de fracaso, de inutilidad, de acongojante frustración, me sobreviene cuando un acontecimiento natural, inevitable, me enfrenta a una nueva, pero inapelable realidad. Qué diferente es el estado anímico cuando este lamentable hecho fue precedido por una serie de acciones que, si bien no influirían en su, ya dije, impostergable acontecer, sí quedarían registradas como actuares humanos, consientes, voluntarios y plenos de afecto y solidaridad que lo descargan a uno de una carga que en justicia no nos corresponde.
Seguramente estos renglones suenan confusos e incomprensibles, pido disculpas por ello, pero es que son reflejo de mis convulsos sentimientos del momento, de mi añejo desagrado personal, de mis lejanos remordimientos que, sin siquiera terapia ni sicoanálisis, he podido, digo yo, superar.
En una tempranera hojeada a La Jornada, casi me salto la esquela que informaba el fallecimiento de Paulina Fernández Christlieb. Regresé la hoja y busqué, esperanzado, mi error por la rápida lectura.
No sé qué fue primero: el resuello exigente que te ahoga, las rodillas que crujen y te desploman, o esa contracción del bajo vientre que te enrosca y achica. La esquela era un hecho y, ante lo inevitable, brotó el dolor de la impotencia (¿habrá otro mayor?).
Como todo ser humano que recibe el duro golpe de la noticia de la desaparición física de un ser querido, me invadió una profunda pero egoísta tristeza y, como suele suceder, los lamentos fueron sobre mí mismo.
¿Y ahora qué voy a hacer? Paulina me había ofrecido algunas entrevistas exclusivas, obviamente por el medio de comunicación que compartíamos, pero también por la confianza que implica el reconocimiento de ideas y principios que a las personas las transforman de amigos en camaradas. Me ofreció su ayuda para trabar contactos (que requieren aval y confianza), a fin de que escribiera crónicas de verdad. Me incitaba a la militancia y el compromiso cotidiano. Era vida y estímulo, pero, sobre todo, era ejemplo.
Qué lástima que no vivió muchas de las acciones de las que fue cocreadora: en la movilización del día 8 y en la quietud del día 9, su entrega de vida estaba entre nosotros.
En otro asunto. Refiriéndose a la inminente renovación de cuatro consejeros del Instituto Nacional Electoral (INE), el diputado Mario Delgado, con una enjundia que no le era habitual en el ámbito burocrático, digamos mejor, de la alta administración, en donde él se ha desarrollado, afirmó: Se necesita (para conformar el Consejo General Electoral), el que administrará la próxima elección federal que renovará la Cámara de Diputados), un grupo de mexicanos que demuestre pasión por el servicio público y esté entregado a defender nuestra democracia más que por un salario. Trabajar por México no tiene precio
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¿Oyó usted tan generosa declaración de entrega y amor patrio, don Santiago Nieto, titular de la Unidad de Inteligencia Financiera? ¿A que de estos mexicanos usted jamás había oído hablar? ¿Qué tal si le echa un ojito a los ingresos de los consejeros salientes (obviamente invertido en el avance del sistema democrático nacional y no en la acumulación reciente y originaria de su capital sexenal)?
Bueno, pues resulta que para que no cupiera duda (y usted sabe que todas las dudas caben en un tarrito sabiéndolas acomodar), la Junta de Coordinación Política, con el evidente objetivo de lavarse las manos como Pilatos (general alemán que se infiltró, pese a la astucia del Mossad en el ejército judío) decidió constituir un cernidero electromagnético para impedir que un malandrín, un impuro, es decir, un militante político, se atreviera a pretender ser partícipe del órgano, de la institución de mayor jerarquía en la responsabilidad ciudadana. Pero luego recapacitó e incrustó dentro de ese ámbito virginal, la voz del Espíritu Santo: Primero es el Verbo. (Conjugado por supuesto en imperativo) ¡ Ecce homo! Con paridad de género, por supuesto. Si me lo permiten seguiremos en el tema.
Twitter: @ortiztejeda