l senador estadunidense Bernie Sanders anunció ayer que abandona la carrera por la nominación presidencial demócrata debido a que ya resulta imposible remontar la ventaja de su contrincante, el ex vicepresidente Joe Biden. En su mensaje, el autodefinido socialista democrático
dio su respaldo a Biden de cara a la campaña que lo enfrentará al presidente Donald Trump rumbo a las elecciones del próximo noviembre, al tiempo que enfatizó el papel de su movimiento en la transformación de la conciencia política de su país y el posicionamiento de una agenda progresista.
En efecto, la desmovilización y la desarticulación ciudadanas generadas por la emergencia sanitaria de la enfermedad Covid-19 hacen virtualmente imposible que Sanders libre el cerco tendido por la cúpula del Partido Demócrata para descarrilar su candidatura por segunda ocasión: es sabido que, a diferencia de su contrincante, la fuerza del legislador por Vermont reside en el entusiasmo de millones de simpatizantes y no en un puñado de poderosos donantes corporativos.
Con la defección de Sanders, la batalla por la Casa Blanca redita el escenario desarrollado hace cuatro años, cuando Trump se impuso a la ex primera dama, ex senadora y ex secretaria de Estado Hillary Clinton. Es decir, se repite la contienda entre un proyecto neoliberal clásico
, moderado en lo verbal, y con algunos gestos progresistas en aquellos temas que no tocan de manera directa a los intereses de los grandes capitales, encarnado esta vez por el ex vicepresidente; y el posneoliberalismo de extrema derecha, oscurantista, hostil a los derechos de las minorías, racista, misógino, chovinista y xenófobo que enarbola el mandatario actual.
Lo más preocupante del panorama abierto con la renuncia del senador independiente es que se refuerza la aparente imposibilidad de trascender una vida política asfixiada por los grupos de interés que controlan a ambos partidos, pero en particular al Demócrata. En este contexto, no sólo vuelven a quedar evidenciadas las falencias del bipartidismo estadunidense, sino que se corre el riesgo de que una generación de jóvenes, la que hasta ayer veía en Sanders la única salida política para la crisis estructural de las instituciones de su país, se vea orillada a la desesperanza, el desencanto o, peor, al cinismo.
En suma, la contienda presidencial de la superpotencia habrá de definirse entre dos aspirantes, Donald Trump y Joe Biden. Cualquiera que sea su resultado, sólo puede augurarse que habrá de marcar otros cuatro años malos para la mayoría de los estadunidenses y acaso peores para el resto del planeta.