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Medio siglo de Paradiso en México
J

osé Lezama Lima comenzó a escribir los primeros capítulos de Paradiso en la década de los 40 y, el último, poco antes de mandar el libro a la imprenta, que apareció en La Habana a principios de 1966.

El poeta tenía 56 años. Le faltaban 10 para morir y no tenía claro si su libro era una novela o un laberinto de imágenes poéticas. Tampoco le importaba.

Según unos papeles inéditos, la poesía y la novela tenían para él la misma raíz. El mundo se relacionaba y resistía como un inmenso poema. La imagen era la realidad del mundo invisible.

Luis Cardoza y Aragón vio en Paradiso un empellón a las facultades combinatorias del idioma. No sólo eso, también le permitió escribir al poeta cubano el español más ágil y más súbito de hoy.

Esta última característica no ha abandonado al libro en estos días en los que la velocidad ha fragmentado a nuestro idioma y la globalización, lejos de enriquecerlo, al incorporar vocablos, lo ha disminuido.

La escritura rotatoria de Paradiso, cargada de imágenes y sonoridades a medio siglo de haber sido publicado en nuestro país, sigue siendo deslumbrante.

Un edificio verbal, como escribió Octavio Paz en una carta que dirigió a Lezama el 3 de abril de 1967, “de riqueza increíble; mejor dicho no un edificio, sino un mundo de arquitecturas en continua metamorfosis, y también un mundo de signos, rumores que se configuran en significaciones –archipiélagos del sentido que se hace y deshace.

Según Severo Sarduy hay libros que suscitan admiración, complicidad, temor. Otros son más bien utilitarios, sirven para, por ejemplo, distribuir pensamientos. Otros más bastante raros, fundan lo que podría llamarse una religión.

A esta última clase corresponde Paradiso, libro sin concesiones al lector, hermético no por ausencia de palabras, sino por su abundancia, por las imágenes y las reverberaciones que se multiplican casi de manera carnal en sus páginas y que exigen al lector verdadera atención porque para Lezama Lima sólo lo difícil es estimulante.

La metáfora para el poeta tiene tanta carnalidad y pulpa como eficacia filosófica. Por eso Paradiso es una novela y un poema, parte de la historia de Cuba y secuencias de una autobiografía; un caudal de imágenes que hacen de cada página el verbo encarnado.

Escribió Severo Sarduy de ese libro: “La verdad es que dentro de un movimiento silencioso y secreto, paralelo al de la revolución visible, Lezama lleva a cabo otra revolución, igualmente radical, un cuestionamiento o una elucidación de la imagen cubana igualmente intensa, pero al revés: en vez de ocultar el fondo español… Lezama lo pone en escena a través de la arrogancia. Y quizá por ello, decía Sarduy, Paradiso no sólo estaba destinado a ser uno de los libros más importantes de los años 70, sino del siglo XX”.

Julio Cortázar, uno de los más entusiastas lectores de Paradiso, decía que con esa obra Lezama Lima se situaba a una altura literaria similar a la de Jorge Luis Borges y Octavio Paz, pero que por su dificultad instrumental y esencial no era así. Leer a Lezama, escribió el Cronopio mayor en 1966, es una de las tareas más arduas y con frecuencia más irritantes que puedan darse. También, de las más estimulantes.