Editorial
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Trump: enemigos imaginarios, amenazas reales
E

l presidente de Estados Unidos, Donald Trump, amenazó ayer con regular o cerrar empresas de redes sociales, a las que acusa de atentar contra su libertad de expresión y mantener un sesgo político anticonservador. De acuerdo con una publicación del magnate en Twitter, los republicanos sienten que las plataformas de redes sociales silencian totalmente las voces conservadoras. Las regularemos enérgicamente o las cerraremos, antes de que podamos permitir que eso suceda.

La nueva serie de exabruptos del magnate comenzó después de que Twitter le aplicara por primera vez su política de verificación de datos falsos o engañosos, acción que, de acuerdo con los protocolos de la compañía, debió haber ocurrido hace tiempo.

El agravio del que Trump se dice víctima consistió en que la red dirigida por Jack Dorsey etiquetara como potencialmente engañosos e invitara a sus usuarios a informarse acerca de dos tuits en los que el mandatario afirma, sin ninguna prueba, que la votación por correo implementada en California para evitar la propagación de Covid-19 conducirá de manera inevitable a un fraude electoral masivo.

La respuesta inmediata del magnate delata que, detrás de toda la furia y los insultos –vertidos, paradójicamente, en la misma plataforma a la que denuncia de silenciarlo–, no hay sino una creciente angustia ante sus menguantes perspectivas de cara a las elecciones de noviembre próximo.

En efecto, lo que hace unos meses parecía una victoria casi segura se ha evaporado, tanto por la desastrosa gestión de la crisis sanitaria –que ha convertido a Estados Unidos en la única nación en sobrepasar 100 mil muertos a causa del nuevo coronavirus– como por el desplome de la economía, carta a la que Trump apostó la totalidad de su capital político.

Además de denunciar a la plataforma de mensajería instantánea de intromisión en los comicios de este año, el mandatario aseguró que las redes sociales en general intentaron silenciar las voces conservadoras en la campaña de 2016 que lo llevó a la Casa Blanca, pese a que los análisis coinciden de manera abrumadora en que una de las claves de su éxito estuvo, justamente, en la posibilidad abierta por las redes para publicar cualquier despropósito sin la verificación factual ni el cuidado del lenguaje que suelen mantener los medios de comunicación tradicionales.

Incluso desde antes de aquella campaña presidencial, Twitter ha sido la tribuna por excelencia del magnate, la plaza pública en la que congrega a sus seguidores y lanza toda afirmación que se le viene a la mente sin reparo alguno por su veracidad, por el lenguaje soez y pueril al que recurre, o por las consecuencias de sus llamados al racismo, xenofobia, misoginia y otras formas de odio.

Visto así, el que Trump amenace con cerrar su principal canal de comunicación y propaganda podría verse como una más de sus declaraciones delirantes, pero resulta imposible soslayar la gravedad de que el presidente de la autoproclamada mayor democracia del mundo amague con someter o eliminar a quienes percibe, con o sin fundamento, como sus adversarios políticos. Cabe esperar que la sociedad estadunidense ponga freno a la ruptura de la institucionalidad que suponen el discurso y las acciones de su líder formal.