acia principios del mes, en los momentos más álgidos de expansión de la pandemia de Covid-19 y como se señaló en el artículo del 14 de mayo, surgió la más promisoria de las escasas iniciativas amplias de colaboración multilateral para enfrentarla: la Respuesta global al coronavirus, impulsada por la Unión Europea, que pronto reunió adhesiones y promesas de apoyo, el de México entre muchos otros. La Respuesta, de alguna manera, se entronca con el empeño multilateral iniciado con la resolución 34/274 de la Asamblea General de Naciones Unidas, del pasado 21 de abril, que propone un enfoque de alcance global. Empero, el panorama sigue dominado por los esfuerzos nacionales, o subnacionales, carentes de coordinación, que responden a necesidades o urgencias localizadas. Quizá no podría ser de otro modo, pues apenas ha transcurrido un semestre desde el surgimiento de la pandemia en forma reconocible.
A unos días del inicio de junio, el foco global de atención –determinado en buena medida por las acciones de las naciones avanzadas más afectadas: en Norteamérica y Europa occidental sobre todo– se ha desplazado de las acciones de contención, al diseño e instrumentación de su retiro gradual y paulatino. Ha sido notorio el cambio de énfasis hacia la reanudación de las actividades paralizadas por la estrategia de aislamiento domiciliario a la que acudió la mayoría de los países y, más ampliamente, hacia la recuperación de las formas de vida y hábitos sociales del pasado reciente; hacia una normalidad
que muchos quisieran fuera nueva
en muy diversos aspectos.
Como es evidente para quien haya seguido la evolución territorial de la pandemia, ha sido constante el desplazamiento de sus epicentros sucesivos. Tras China misma, Europa y Norteamérica han entrado en una primera declinación –que no excluye el peligro de nuevos brotes y focos de alto contagio–, en tanto que América Latina, el Mediterráneo oriental, según la regionalización de la OMS, y África han llegado a momentos de expansión rápida o muy veloz. Coexisten dos mapas no coincidentes: el de demandas de atención médico-hospitalaria y suministros de equipo y materiales, que no cesan de crecer, y el de alcance, eficiencia y capacidad de los sistemas de salud pública establecidos. En un segundo momento territorial de la pandemia, los epicentros aparecen en áreas mucho menos provistas de recursos para hacerles frente. Los costos de esta segunda fase territorial de la pandemia pueden, por tanto, ser mucho mayores.
Los costos y consecuencias de la pandemia y de las acciones generalmente adoptadas para contenerla se han dejado sentir, con inmediatez y particular virulencia, en el mundo del trabajo. De acuerdo con los cálculos y estimaciones de la Organización Internacional del Trabajo, a resultas de las acciones de contención de la pandemia que requirieron o recomendaron el cierre de fuentes de trabajo, en el primer trimestre de 2020 –frente al último anterior a esta crisis: el cuarto de 2019– las horas trabajadas en el mundo se redujeron en 4.5 por ciento, lo que equivale a aproximadamente 130 millones de puestos de trabajo de tiempo completo (48 horas semanales). Para el segundo trimestre, comparado también con el último de 2019, la reducción llegaría a 10.5 por ciento. Expresada en número de puestos de trabajo esta caída equivale a 305 millones. Sólo unas semanas antes la pérdida se había estimado en menos de 200 millones, pero el cierre de fuentes de trabajo se prolongó en algunas naciones y muchas otras acudieron a esta medida de distanciamiento social. Hasta ahora, América del norte, Europa y Asia central han sido las regiones más afectadas. Esta situación cambiará conforme se muevan los epicentros territoriales de la pandemia, como antes se señaló.
Uno de los escasos tópicos de consenso en la discusión global es la noción de que nadie podrá afirmar que se ha vuelto la página sobre la pandemia en tanto no se disponga de una vacuna y un tratamiento efectivos, disponibles y universalmente asequibles. Quizá lo esencial de la Respuesta europea sea su compromiso con la búsqueda de “respuestas terapeúticas y vacunas… que permitan controlar la pandemia y se reconozcan como bienes públicos globales, disponibles y accesibles para todos”. Lo que se ha presenciado hasta ahora, sin embargo, es la pugna usual de la bigPharma por controlar la investigación, desarrollo, producción y comercialización de esos productos como bienes privados apropiables en beneficio propio. Cuando en días pasados Merck anunció la compra de Themis Bioscience, una firma austriaca, y proclamó que nadie podría desarrollar una vacuna efectiva en menos de año o año y medio ( FT, 26/5/20), quizás anunciaba más el lapso que como empresa requerirá para llegar al resultado, que respondía al llamado global lanzado por un grupo de personalidades –de Cyril Rhamaphosa a Joseph Stiglitz– de una vacuna libre de patentes, producida en escala suficiente y puesta a disposición sin costo en todos los países.