Hace medio siglo Brasil fue campeón en el Mundial de México 70. El domingo 21 de junio en el estadio Azteca, en hombros y sin camisa, el legendario Pelé se caló un sombrero charro que le ofreció una mano anónima y resumió con este gesto la relación más íntima que una afición local mantuvo con la selección de otro país en la historia de las Copas del Mundo. El consenso es definitivo: fue el triunfo de la belleza. El futbol bonito que conquista además el máximo trofeo.

Todos querían que la selección mexicana llegara lejos, recuerda Enrique Borja, integrante de aquel tricolor, en una conversación organizada por el Centro Cultural Brasil-México; era una obligación para nosotros, porque éramos los anfitriones por primera vez y queríamos hacer un papel histórico. Aunque todos sabían que no íbamos a quedar campeones, y ahí estaba Brasil, lleno de estrellas y de magia. Los mexicanos sentimos en aquel momento que también debíamos apoyar a la verdeamarilla y al final terminaron por ser los monarcas.

Las explicaciones de cómo se desbordó un país por una selección ajena son diversas. Para Borja la clave está en el despliegue de belleza y carisma que exhibió aquel equipo con nombres que al repetirlos parecen la cadencia de una melodía: Tostao, Jairzinho, Gerson, Rivelino, Pelé. Una rara coincidencia en un Mundial en donde se consagró el futbol como un ejercicio plástico, donde la estética y la eficacia eran una obligación.

El Mundial anterior, Inglaterra 1966, fue un torneo ríspido, recuerda Borja; demasiado defensivo y con partidos muy peleados. En México 1970 fue todo lo contrario, hubo una cita del futbol más bonito y elegante.

Dadá Maravilha, delantero de aquel equipo campeón, acompaña el comentario de Borja y le recuerda que había un ramillete de aristocracia y magia en cada selección. Si Brasil era la conjunción de las estrellas, cada equipo poseía su propia constelación.

Uruguay, Italia, Checoslovaquia, la Unión Soviética, todos tenían a algún genio, recuerda Dadá.

México avanzó a la siguiente ronda tras un empate ante la URSS y dos sendas victorias ante El Salvador y Bégica. En los cuartos de final, sin embargo, fue eliminado por Italia con una derrota de 1-4 en Toluca. Entonces, todo el país buscó la forma de seguir en la fiesta mundialista y adoptó a los que representaban la alegría del juego y la belleza del futbol.

“Perdimos ante Italia, que llegó a la final. Fue como si Brasil y Pelé nos vengaran”, comenta Borja.

Ese último partido fue como una pieza musical. No un ritmo vertiginoso, sino una cadencia risueña de bossa nova. Una victoria que representó el triunfo del bien, apunta otro invitado a la charla, el escritor Juan Villoro.

No siempre gana el que juega mejor. Aquí fue la asociación por primera vez de la estética con la ética, la belleza de la eficacia, dice el escritor mexicano.

En el libro El futbol a sol y sombra, Eduardo Galeano consignó que al día siguiente del campeonato de Brasil en México, un periódico inglés publicó como titular: Debería estar prohibido un futbol tan bello.