Platos rotos
n la puerta de su vivienda, Norma conversa en voz baja con Magda, su vecina y amiga íntima.
–Mi mamá dice que no le comente a Bernardo ni una sola palabra. Quiere que me haga como si no hubiera visto nada.
Ángela: –Pienso lo mismo que doña Griselda. Si le reclamas a tu esposo, de seguro va a negarlo todo.
Norma: –Me pareció algo muy ofensivo y también muy peligroso para él.
Magda: –Y para ti. No sabes con quien anda ni si esa mujer está infectada. Imagínate si te contagia.
Norma: –Ya casi nunca me toca... Pero eso es lo de menos. Lo que me importa es que no siga viéndome la cara de idiota.
Ángela: –Lo entiendo, pero yo que tú... (Se escuchan pasos.) Creo que ahí viene tu marido. Me voy. Cuando puedas, me hablas. Y no se te olvide lo que te dije: cierra el pico.
Norma entra en el departamento y encuentra a su madre en la cocina lavando los platos:
Griselda: –¿Qué quería Magda?
Norma: –Decirme que a Ramiro le hicieron la prueba en su trabajo y salió bien. ¿Abel está dormido?
Griselda: –No creo. Lo dejé da y da vueltas. Norma: –Ese hijo mío... Dios quiera que se alivie.
II
Bernardo aparece con la chamarra al hombro y el cubrebocas colgado al cuello:
Bernardo: –Híjole, en el Metro hacía un calor de la fregada. (Besa a Norma en la mejilla.) Buenas, suegra.
Griselda: –Buenas.
Norma (sin mirarlo): ¿Te fue bien?
Bernardo: –Sí, pero vengo muerto.
Norma (con sorna): –Ya me lo imagino.
Bernardo: –Se nos cargó gruesísimo la chamba. Norma (en el mismo tono sarcástico): –Lo bueno es que tú te las arreglas muy bien para todo. (Distribuye los platos en la mesa.) Madre, ya es tarde. Deja de lavar y vente a comer.
Madre: –Luego. Mejor me voy un ratito con Abel.
Bernardo: –¿Cómo ha estado el niño?
Suegra: –Bien, pero da y da vueltas. Hoy le dio por eso. Pobrecito de mi nieto.
Bernardo: –¿Pobrecito? Caprichudo, más bien.
Norma: –No empieces. El doctor ya nos dijo que los niños con ese padecimiento son obsesivos.
Bernardo: –Allá tú si le crees. ¿Me sirves?
III
Bernardo (recibe otra ración de guisado): –Ya llevo dos platos; en cambio tú no has comido casi nada.
Norma: –No tengo hambre.
Bernardo: –Si hicieras un poco de ejercicio...
Norma: –Aparte de limpiar la casa, hacer la comida, lavar tu ropa, cuidar a Abel, ¿quieres que me ponga a hacer ejercicio? Como que ya es mucho pedir, ¿no te parece?
Bernardo (sorprendido): –Des-de que llegué te noté medio rara. ¿Quieres decirme qué carajos te pasa? Norma (asienta en la mesa un sobrecito plateado):
–Y tú, ¿quieres decirme por qué diablos traes un condón?
Bernardo: –Óyeme tú: ¿desde cuándo esculcas entre mis cosas?
Norma: –Para que te lo sepas, no esculqué en ninguna parte. La porquería esa se cayó de tu chamarra cuando iba a lavarla. ¡Qué padre vida llevas! Mientras yo me chingo trabajando como mula tú te la pasas divirtiéndote con las viejas.
Bernardo (se levanta): –¿Cuáles? ¿De qué hablas?
Norma: –Tú sabrás.
Bernardo: –Lo único que sé es que si hay algo que me choque es que te metas en mis asuntos. (A manotazos tira al suelo cuanto hay en la mesa.) Que seas mi mujer no te da ningún derecho a espiarme.
Griselda (aparece en la cocina y mira la loza rota): –Y este desastre, ¿a qué viene? ¿Qué pasa?
Bernardo: –Nada que le importe.
Norma: –No le hables así a mi madre.
Bernardo: –¡Ah, qué la chingada! ¿También vas a decirme cómo debo hablar?
Griselda: –Déjalo, no discutas. Bernardo, por favor, no grite: Abel se pone muy nervioso. (Oye gemir al niño.) Ahí tiene, por su culpa.
Bernardo: –¿No me diga que usted también quiere darme órdenes? Aquí sólo tengo problemas, por eso luego no quiero regresar a la casa.
Norma: –¡No me vengas con pendejadas! Lo que sucede es que te resulta más fácil andar con tus lagartonas que hacerte responsable de...
Bernardo: –Ya estuvo bien. ¡Párale!
Griselda: –Bernardo, por favor, sea prudente.
Bernardo: –Prudente, ¡mis huevos! Y acuérdese de que aquí el que manda soy yo y que está usted en mi casa, así que el día que se me antoje la echo.
Norma (se arroja sobre su marido): –Desgraciado, poco hombre.
Bernardo (toma un cuchillo de la mesa y lo levanta): –Repite lo que me dijiste y te juro que...
Norma: –¿Vas a matarme? Pues ¡órale! Ni creas que te tengo miedo.
Griselda: –Bernardo, por Dios Santo, ¿está loco?
Bernardo: –No, sólo estoy harto de ustedes y de ese maldito escuincle. (Siguen escuchándose gritos.) Voy a callarlo a patadas.
Griselda: –Ni se le ocurra tocar a mi nieto porque entonces sí... Ándele, deme ese cuchillo.
Norma (protege a su madre con su cuerpo: –A mí hazme lo que quieras, pero a ella déjala en paz. Bernardo aparta a Norma de un empujón y hiere a su suegra en el pecho. La mujer lanza un gemido y cae al suelo cubierto de platos rotos. Norma se lleva las manos a la cabeza y grita:
Norma: – ¡Madre! ¡No, por favor! Dime algo, abre los ojos... ¡Madre, contéstame! ¡Madre!