La política y dos palabras con significado opuesto // La reforma energética mejor pagada // Algunos no sabían que se cobraba
l alegato que el columnista, al que ampliamente nos referimos anteriormente, presentó, sobre el comportamiento de los legisladores del PAN, durante la reforma energética, es un perfecto oxymoron; es decir, una figura del lenguaje que une, en una sola expresión, dos palabras cuyo significado es absolutamente opuesto, contradictorio. (Cualquier desacuerdo con esta sencilla definición desahogarlo con mi asesora personal doña María Juana Moliner Ruiz).
Dijimos que para rebatir las informaciones –nunca oficiales– sobre el caso de don Emilio L, relativas a la singular distribución del ingreso (vulgo, repartingas) que se llevó a cabo entre los patriotas legisladores panistas quienes, al sonoro rugir del cañón
, votaron favorablemente la gran reforma energética
peñanietista, el ilustrado comentarista no se atrevió a desmentir categóricamente tan insidiosos rumores. ¿Cómo quedaría de averiada su credibilidad si tachaba abiertamente de temerarias y calumniosas las versiones del pago de 52 millones 380 mil pesos a un privilegiado grupo de legisladores blanquiazules y, especialmente etiquetados, otros 6.8 millones para el presidente de la Cámara de Diputados, el verborréico candidato a la presidencia de la República? Y, ¡zambomba! Qué tal que el genial señor L, (porque de que es genial, lo es), decide soltar la sopa, ya sea ésta una bouillabaise de Marseille, una clam chowder de Nueva Inglaterra, la hernekeitto (guisantes) finlandesa, la solyanka rusa, un gazpacho andaluz, la pasta e fagioli pugliese italiana, la hot pot, vietnamita o el puchero saltillense, y resulta que su dicho es la verdad rebelada
.
Mejor, como le aconsejó el intelectual (nada orgánico) doctor don Alonso Quijano, a su gerente de relaciones institucionales y analista de opinión pública, presidente de Sancho’s Enterprise: (véase capítulo XX): Mejor no menealle, amigo Sancho, no menealle.
Seguramente, el inteligente (como lo es) columnista, prefirió simplemente apegarse a su costumbre de deslizar sobrentendidos desde una aséptica objetividad pero, eso sí, de tal manera sesgados que pudieran generar no un simple resquicio o pequeña hendedura para colar dudas razonables
, sino un verdadero hoyo negro en el que las fake news, las informaciones clasificadas, el periodismo de investigación y las filtraciones, por convicciones o por intereses perversos, se amalgamaran en el arma más letal de nuestro tiempo: la desinformación.
Y aquí es el lugar para aclarar los dos fundamentos esenciales en los que el columnista multirreferido sustenta sus afirmaciones. La primera: el acusado niega terminantemente haber recibido esa cantidad. Evidentemente tiene toda la razón. A los acusadores les corresponde mostrar y demostrar si tales ingresos en sus haberes, en ese lapso y sin explicación contable, tienen o no una legal justificación. Y hay también otros detallitos que se actualizan con la espléndida crónica de Enrique Serna, El vendedor de silencio. Anayita, también con su silencio, inició su espectacular ascenso. Su gobernador se lo pagó con creces. Luego, no aprendió ni de sí mismo y, por parlanchín, se quedó hablando solo.
Finalmente viene el más desangelado argumento: ¿qué necesidad tenía Peña Nieto de derrochar algunos millones de pesos para sobornar, innecesariamente, a diputados que se identificaban plenamente con sus principios ideológicos e intereses personales y concretos? Claro que con una orden bastaba pero, ¿qué necesidad había de la rudeza si la expropiación del país alcanzaba para todos? Los millones distribuidos entre los diputados eran en verdad pelo de gato frente a la catarata de dólares que recibirían para siempre los arriba y abajo firmantes de la nueva entrega de la nación. Peccata minuta, fruslerías, migajas. Además de traidores, vende patrias, poquiteros, pobrediablos. Termino con una anécdota pueblerina que, pienso, explica la duda del defensor de los diputados panistas.
En mi solar nativo, siempre cuidadoso de sus expresiones públicas, a la zona roja o territorio de la vida galante, la prostitución, el pecado, le llamaban pudorosamente la zona de tolerancia (no hay duda que somos predecesores de los derechos humanos). Un día llegó una jovencita en busca del oficio milenario. Se le dio cabida porque esos son territorios de solidaridad y compartimiento, pero resultó que, al poco tiempo, Zeferina, que así se llamaba la interfecta, comenzó a acaparar clientela cotidiana de una manera inusitada, tanto que el batallón resintió el agravio y decidió enfrentar a la novata: Óyenos, Zeferina, explícanos: ¿Cuál es tu maña? ¿Cómo puede ser que a veces haiga hasta tres clientes esperando a que te desocupes, y nosotras nomás sudando la silla? Dime, le dijo la más ilustrada, ¿tú estás viendo ese libro del Cama sutros? ¿Estás tomando alguna hierba que tr agites de tu pueblo? Inquirió otra. Y la más agresiva: ¿Está bajando la tarifa? ¿No cobras lo que todas convinimos? Zeferina, asustada pero encabritada, les contestó: ¿Tan pendejas? Yo ni conozco ese libro de la cama, monitos, yo ni sé ler. ¡Ajá!, le gritó Edelmira, lo que me sospechaba: no respetas la tarifa que acordamos, cabrona. ¿Cuál tarifa, pus qué es eso? No te hagas pendeja, Zeferina!, pus lo que le cobras a cada güey. Zeferina se pasmó. Las cofrades comprendieron que, de verdad, Zeferina no mentía cuando les preguntó: ¿Pero entonces, ustedes cobran?
Bolo, propina, regalías, derecho de autor. A los diputados les fue tan bien como a Zeferina.
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