Martes 11 de agosto de 2020, p. 20
Moscú. Tras una noche marcada por los enfrentamientos violentos entre manifestantes y policías, que utilizaron cañones de agua, gas lacrimógeno, balas de goma y granadas aturdidoras de luz y sonido para dispersar a los inconformes, y que terminó con más de 3 mil detenidos, así como un elevado número de heridos y hospitalizados, periodistas encarcelados o deportados, Internet cortado y estaciones del Metro cerradas, Bielorrusia amaneció ayer inmersa en dos realidades incompatibles.
La primera, de acuerdo con las autoridades, Aleksandr Lukashenko es presidente relecto para los próximos cinco años con una victoria abrumadora, y la segunda, una candidata unificada de la oposición, Svetlana Tijanovskaya, que desconoce esos resultados, denuncia un fraude colosal y se proclama vencedora.
Según la Comisión Electoral Central de Bielorrusia, Lukashenko obtuvo 80.23 por ciento de los votos depositados, frente a 9.9 por ciento de Tijanovskaya; 6.02 por ciento sufragó contra todos y el resto lo hizo por los candidatos que desempeñaron el papel de simples comparsas.
El equipo de Tijanovskaya, que realizó su propio conteo paralelo, anunció resultados diametralmente contrarios: 80 por ciento en favor de ella y sólo 10 por ciento respaldaron al presidente.
Se vuelve aquí –el día después de los comicios– al punto de partida que estaba cantado: no quién iba a ganar, según las reglas del juego impuestas por y para Lukashenko sólo podía ser él, sino cuánto tiempo podrá mantenerse en el cargo.
El contexto –la caída de la popularidad de Lukashenko y los anhelos de cambio de la gente, con un aparato represivo que aún sirve a su patrón y tarde o temprano empezará a dudar de qué lado debe estar– requiere acabar pronto con la dualidad del líder victorioso y a la vez repudiado por su pueblo.
A la defensa del voto
Tijanovskaya exhortó a sus seguidores a defender el voto y se comprometió a demostrar que hubo fraude, pero todo va a depender de la magnitud de la protesta y de la habilidad de Lukashenko –ya felicitado por su brillante victoria por los mandatarios de Rusia y de China– para sofocar el descontento de millones de bielorrusos que se supone votaron por él.