Domingo 16 de agosto de 2020, p. a12
Apolíneo y dionisíaco recoge varios textos del filósofo y filólogo italiano Giorgio Colli (1917-1979), donde profundiza en la dualidad conceptual que ofrece Nietzsche de lo elevado y lo terrenal
. Para Colli, el estudio de lo dionisíaco se ha realizado tradicionalmente desde una perspectiva más religiosa o artística que propiamente filosófica. En esta ocasión, Sexto Piso ofrece una edición en español, traducida por el catedrático emérito en filosofía de la Universidad de Barcelona, Miguel Morey. Con permiso de la editorial, ofrecemos a nuestros lectores un fragmento del libro.
Primera parte La filología ya no está muerta
I. El filólogo
Todos los hombres viven; la vida es el modo de ser de los hombres, que se desarrolla en el tiempo. Sin embargo, son pocos los hombres que se han preguntado seriamente qué es esta vida y de qué modo debe vivirse. Tal vez muchos han pasado a la historia sin habérselo planteado, todos los que pertenecieron a familias de grandes pintores o de grandes matemáticos, y que conquistaron la celebridad en el mismo campo que sus antepasados, todos los hijos de los padres. Y no sólo ellos, sino muchos filósofos, que por la misma necesidad derivada de su profesión de filósofo forzosamente hubieran debido preguntárselo, no lo hicieron seriamente. Porque lo importante no es el acto consciente en sí de plantearse esta pregunta, que todo hombre puede alcanzar gracias al innato poder de reflexión que le corresponde. No se trata de un problema que subsista en el campo de la pura razón, en contradicción consigo mismo desde un principio, por estar separado de la inconsciencia de la vida de todos los hombres. Una pregunta semejante no es un momento abstracto, sino que nace de la vida inmediata, es una manifestación directa de ella, es ya la prueba de una particularísima configuración de la vida en algunos hombres. De lo que se puede extraer una interesante reflexión doble: en primer lugar, que lo importante es siempre la vida en su inmediatez, y que no hay que precipitarse a establecer, como hacen muchos filósofos, antítesis capitales entre consciencia e inconsciencia (a no ser que se trate de racionalidad pura, procedente de una vía completamente diferente de la vida), y que el acto consciente de plantearse esa pregunta ya es un modo inmediato de vivir; y en segundo lugar, que la vida ya desde ahora se muestra en su naturaleza diversa por excelencia, en actitud opuesta según los modos de los hombres excepcionales y de los comunes y esta diversidad se descubre justamente a través de su modo de manifestarse en un acto concreto de conciencia. Así pues, apenas se plantea seriamente la cuestión ¿qué es la vida?
, algo de su ser ya se revela. Pero volvamos de nuevo, para aclararlo mejor, a aquel doble impulso inicial del que habíamos partido. Por un lado éste no es otra cosa que anhelo de conocer la vida, pero no a través de un conjunto de representaciones abstractas, como serían por ejemplo el conjunto de reglas sistemáticas que constituyen una ciencia jurídica, sino antes bien sintiéndola próxima, como un objeto que no es tal al no ser diferente de nosotros mismos cognoscentes, que pasa a través de su infinita multiplicidad y se mantiene siempre a sí mismo en su propia limitación de impulso que quiere conocer para vivir de una cierta manera. Aquí se recupera el segundo aspecto de la cuestión: ¿cómo vivir?
, que en el fondo forma una sola cosa con el primero. De hecho, en el complejo momento espiritual que se está examinando, y solamente en éste, se da una fusión perfecta del aspecto metafísico-gnoseológico y del aspecto moral. Se trata de un impulso de la voluntad, moral por tanto, en busca de un bien en la vida suprema, y cognoscitivo, en busca de un conocimiento concreto y esencial de alegría y dolor, en la conciencia inmediata de un problema de la existencia.
Ahora comienza a determinarse mejor, espero, la interioridad alcanzada habitualmente por algunos hombres de excepción en su juventud. Pero sigamos adelante. El problema que ellos se plantean, la naturaleza de la vida y el modo propio de comportarse en ella, es absoluto desde su inicio, conlleva un modo de resolverse que no puede dejar de ser radical. Esta otra característica deriva de su primordialidad, de que tanto lógicamente como por dignidad precede a cualquier otro problema. A cualquier cuestión filosófica o científica, por amplia que sea, aunque tenga que ver por ejemplo con la universalidad del mundo físico, debe precederle el problema de nuestra existencia, el único que la hace posible. Y esto, entiéndase bien, no tanto en el sentido del idealismo moderno, que hace que todo dependa del sujeto, como una representación suya, sino más bien según el espíritu de todas aquellas filosofías más profundas, como la griega o la hindú. Los hombres que afronten un problema tal serán así los primeros hombres, por encima de cualquier otra forma de conocimiento o de acción: están en posesión de un impulso del que los demás carecen, para atravesar con su voluntad el mar infinito de la vida y escoger en ella el modo más elevado de existencia. Así se aplica su inmenso deseo de dominio, en el conocimiento de todas las cosas, en su valoración y su condena, y en conclusión, en su vida, que abraza a cualquier otra y la domina.
Hasta ahora he intentado mantener una terminología concreta en la medida de lo posible. Y así la palabra vida
, tan frecuente en boca de los pesimistas, Leopardi y Schopenhauer,* tiene para mí el sentido de la realidad cercana, por cuanto siempre está objetivada, o, en términos schopenhauerianos, vista en la representación. Al mismo tiempo, siempre a favor de la concreción, he querido partir de un punto en el que no fueran esenciales todavía las distinciones entre el aspecto gnoseológico, el metafísico y el ético. ¿Cómo llamaremos a aquellos hombres superiores? ¿Deberán ser necesariamente filósofos? No, no es necesario, podrán ser también artistas o científicos, con tal de que partan de aquella interioridad a la que nos hemos referido. Pero debemos cuidarnos de que, por ser demasiado concretos, no acabemos en la indeterminación; debemos tratar de dar con el modo de designar la posición dominante de estos hombres. Ellos buscan la vida, anhelan conocerla, y se mueven en la representación; pero si toda su actividad se agotase aquí, en el puro conocimiento, lo suyo no sería más que un frío vagar de científicos que reducen el mundo entero a objeto, a exterioridad, sin penetrar en el corazón de las cosas.