ronto tendremos información más precisa o menos aproximada sobre el comportamiento de la economía, medido por la dinámica del PIB y del empleo, formal e informal. Tendremos mejor idea sobre si hemos dejado de caer y nos arrastramos por los fondos para empezar a subir o si lo que ocurre es que dejamos de caer tan vertiginosamente como lo hicimos hasta mayo pasado, cuando todo presagiaba un desastre productivo y necesariamente social.
Serán los historiadores acuciosos de la economía los que más tarde, con todo y cifras definitivas y la tripas
de la matriz productiva en la mano, nos cuenten una historia reposada o mejor aprehendida que lo que hoy es posible hacer con las cada vez más depuradas estimaciones del Inegi.
No han sido los economistas fifís o neoliberales los que han llevado la especulación estadística sobre la economía a profundidades desde donde se alimentan juicios sumarios contra quienes dudan de que la recuperación esté en marcha, que por fin tocamos el bendito fondo que se volvió bálsamo merced al airado discurso presidencial sobre el desempeño de la economía. Han sido algunos epígonos de la Cuarta Transformación los que han hecho del asunto económico una deliberación sin salida y sin sentido, improductiva para el diseño de políticas más adecuadas a la coyuntura. Empujar debates que no paralicen el pensamiento político sobre la economía es tarea urgente y crucial para el curso de la vida social y el futurodel país en su conjunto.
No se necesita recurrir a imaginerías apocalípticas para advertir sobre la probabilidad cercana de una economía sometida a la recesión y con potencialidades crecientemente destructivas de empleos y tejido social. No llegamos a la cita con el diablo de la doble joroba en las mejores condiciones económicas y de protección colectiva, ni con unas instituciones solventes. De tiempo atrás éstas habían dado muestras de deterioro y flagrante carencia de recursos financieros y humanos para afrontar el reto de la emergencia y el desafío del bienestar de la comunidad. Sus carencias no fueron atendidas o entendidas en cuanto a su significado inmediato y mediato para la política y la vida social. Tampoco se calibró la situación económica a partir de la identificación de dichas debilidades y flaquezas.
Se han impuesto la penuria como escenario para vivir la cotidianidad del encierro, la incertidumbre y la insuficiencia de medios elementales para una vida digna y buena. La responsabilidad de los servidores de la salud, pública y privada, se reconoce, pero la situación lastimosa del sistema público se escabulle hasta que alguna revelación, aviesa o no, se conoce dando lugar al pueril discurso de buenos-malos
.
Nuestra próxima cita con el estado de la economía política realmente existente será con la propuesta de Ley de Ingresos y el proyecto de Presupuesto de Egresos de la Federación para 2021. Debiera ser un momento de la verdad para el Ejecutivo, los legisladores y sus partidos, así como para los gobernadores que claman por nuevos pactos fiscales que pueden devenir una feria de migajas.
Ya no podrá ignorarse la penuria fiscal del Estado, sublimada mucho tiempo por los veneros del petróleo y la deuda barata; tampoco podrán obviarse las implicaciones fiscales de una economía anémica. Frente a estas carencias poco podrá hacer la destreza del SAT.
La formulación de los arbitrios tributarios y del gasto público ya no deben ver de reojo la tragedia de la inversión pública; menos suponer
que los derrumbes en materia educativa y de la salud, con la falta de accesos, puedan esperar.
Penuria hay y habrá, para los pobres y muchos grupos medios. Las loas al gobierno por su acción contra la pandemia y la crisis económica, pregonadas por partidarios y juglares, no funcionarán ni como placebo. De aquí la necesidad urgente, vital, de reorientar la política económica y reconvertir el presupuesto y las finanzas públicas, propuesta por el Grupo Nuevo Curso de Desarrollo.
Este no es llamado revolucionario ni estratagema retrógrada. No es obra de abajo firmantes
quienes, por lo demás, merecen todo mi respeto. Es la firme convicción de mexicanos que pensamos que con voluntad y unidad se puede salir de lo peor y mejorar en serio, aunque sea poco a poco.