l caso Lozoya ha venido a sacudir la clase política mexicana. Ha confirmado la conjetura que todos conocíamos: tenemos una clase política corrupta y podrida desde sus raíces. Los videos y la guerra de imputaciones nos conducen a la irritación extrema, no importa el sello o el partido político, el hecho radica en que la corrupción es una patología gravísima que perturba nuestro país. Los sobornos, los financiamientos ilícitos, los cohechos en licitaciones, el maiceo a los medios, los fraudes electores, alimentan el malestar y la desconfianza de la sociedad hacia sus instituciones y al ámbito productivo que ya no se puede subestimar. No podremos salir de la crisis sin recuperar la dimensión ética y legal del sistema-país sin confrontar el fenómeno de la corrupción. AMLO se ha enrutado desde su campaña a combatir la corrupción sistémica de México; dicha oferta se tradujo en un mandato contundente en las urnas. La corrupción es una perversión profundamente arraigada en gobiernos, empresas e instituciones; práctica habitual y hasta naturalizada
en las transacciones comerciales y financieras, en la contratación pública, en cualquier negociación con actores del Estado. Los escándalos recientes ofrecen una oportunidad histórica de capitalizar la indignación ciudadana que debe traducirse en un compromiso inédito de las fuerzas sociales, las asociaciones, las redes sociales, los intelectuales y los medios para impulsar acciones correctivas para combatir la corrupción, el despilfarro y la impunidad, como verdaderos lastres para nuestra democracia y desarrollo económico. De no consumarse, la 4T provocará la mayor decepción histórica.
El papa Francisco ha sido un pontífice que ha abordado con firmeza el tema de la corrupción. Quizá porque el mismo Vaticano está plagado de ancestrales prácticas de corrupción del alma y financieras. Para Francisco la corrupción es una forma de vida distorsionada de las élites que conduce a la sociedad a perder el respeto social. En numerosas ocasiones, en homilías y viajes ha abordado el tema. Para Jorge Mario Bergoglio la corrupción es una degeneración de la forma de vida que conduce a la fractura del sentido de la autoridad. Los principales afectados son los pobres, sin duda. Francisco reprocha: La corrupción como cáncer social, debe ser erradicada del tejido social, con un comportamiento ético y moral, con leyes y con una nueva clase política que se preocupe por el bienestar de los ciudadanos. La pobreza crece exponencialmente con la corrupción ¿Quién paga la corrupción? Pagan hospitales sin medicinas, enfermos que no reciben atención, niños sin educación
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La corrupción, como la abordamos en este texto, es abuso o el uso indebido del poder público, sea un político o un funcionario de gobierno, para beneficio privado o de una camarilla. El hecho es que hoy, la corrupción debe repensarse desde los vínculos con el crimen organizado. Las prácticas corruptas han venido transformándose; en términos de análisis, el fenómeno no puede conceptualizarse como hace 10 años. Por ello tengo algunos interrogantes que me gustaría compartir: 1) hay un determinismo de que la corrupción siempre ha existido en México. Es parte de la historia, desde los grupos mesoamericanos que ofrendaban valiosos regalos a los españoles para congraciarse con los conquistadores. Hay fatalismo histórico de los cochupos, desde Antonio López de Santa Anna, los excesos del porfiriato, el grotesco enriquecimiento de los cachorros de la Revolución en el periodo alemanista. López Portillo y Salinas de Gortari como parte del imaginario corruptivo moderno. Hasta las prácticas del grupo Atlacomulco, del que proviene el mexiquense Peña Nieto. Sin embargo, la corrupción ha sido conceptualizada de manera diversa y ha respondido a momentos diferentes de la historia. La historiadora Solange Alberro, del Colmex, relata que en los inicios de la Colonia era un acto de corrupción tener hijos con mujeres indígenas: la sangre se corrompía. La corrupción moderna del abuso del funcionario se presenta con toda su magnitud cuando el Estado se fortalece y sólo acontece a inicios del siglo XX; 2) la corrupción como enfermedad
. La corrupción es un cáncer social con implicaciones políticas y culturales. Considerar la corrupción como un cáncer es una metáfora eficiente; sin duda, ha ayudado. Es una metáfora, un instrumento cognoscitivo que traslada significados, creando semejanzas o analogías. Es un recurso que ayuda a ordenar la realidad en cierto sentido. Pero el cáncer se asocia a una enfermedad fatal e incurable. Así como el determinismo historicista nos advierte que los mexicanos tenemos en nuestro ADN la corrupción. Esta metáfora de la corrupción como patología incurable nos puede llevar a otro determinismo porque no hay cura. Irremediablemente estamos todos condenados a la metástasis; 3) la banalización mediática de la corrupción. La intensa cobertura de los medios en los últimos años, la sucesión de hechos y escándalos de la élite en el poder puede provocar la trivialización, como advierte Giulia Pezzi para el caso italiano. Los continuos estruendos en medios que se suceden unos a otros terminan normalizando
ante la expectativa de las audiencias. Todo esto contribuye a la idea generalizada de que la corrupción son sólo escándalos que son difíciles de castigar.
Los casos Lozoya, García Luna y agregaría el de Pío López Obrador han abierto la enorme cloaca desde donde emergen los pestilentes actores del saqueo millonario de las arcas públicas. Los escándalos muestran un sistema envenenado a niveles indignos de un país que aspira ser mejor. Es fundamental impulsar un movimiento social y cultural desde abajo, leyes estrictas, sanciones ejemplares que exterminen a los corruptos y corruptores en todos los niveles, saneando y fortaleciendo las instituciones.