Vivir en imperios temporales
ablaré de nuevo de mi generación y del tipo de gobierno bajo el cual vivimos: tuvimos la fortuna y el infortunio de vivir en un régimen lo suficientemente flexible y lo suficientemente rígido como para permitir una larga era de estabilidad, pero también de aburrimiento (hasta 1968). Octavio Paz llamó a ese periodo la siesta histórica
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El régimen priísta duró de 1929 a 2000 (71 años). Para 1940 disciplinó a la clase política y había inventado los sexenios, hubo 10 (60 años). No era una República ni una dictadura. Eran imperios sucesivos. El emperador, al que le decíamos Presidente, era un autócrata que reunía en su persona todos los poderes. El Legislativo le era absolutamente fiel y también el Judicial, así como los reyezuelos a los que se les llamaba gobernadores. El Presidente emperador no tenía más límites que los grupos de interés.
Estos imperios tenían una característica única. El poder no era vitalicio, sino temporal. Duraba implacablemente seis años. Cada sexenio se cumplió con precisión astronómica. Ningún presidente-emperador fue derrocado ni murió ni se invalidó ni renunció y tampoco sufrió una enfermedad grave ni siquiera una fuerte gripa (por lo menos oficialmente). A pesar de que algunos Presidentes emperadores quisieron extender su mandato o relegirse, nadie pudo hacerlo ni tampoco hubo alguno cuya influencia perdurara más allá de su periodo. Todos se volvieron ex soberanos después de que dejaron el poder.
La presidencia imperial era hereditaria porque el Presidente, unos 14 meses antes de terminar su periodo, elegía de modo unilateral e inatacable a uno de sus colaboradores como su sucesor, y utilizó el fraude electoral como mecanismo de defensa. Nunca se ha probado que el jefe de Estado necesitara consenso de otros personajes o poderes. Muchas generaciones nacieron bajo el cielo de los imperios sucesivos. Muchos de los que habían nacido cuando el sistema ya estaba funcionando, murieron antes de que terminara. La mejor definición de este curioso sistema la hizo medio en broma Daniel Cosío, cuando dijo que era una monarquía absoluta, temporal, de corte hereditaria transversal, y yo añadiría moderada. Su rigidez represiva fue aumentando según envejecía. Al final, la corrupción, como un cáncer, terminó por agotarlo.
Colaboró Mario A. Domínguez