Hojas muertas
n cuanto Gabriela abre la puerta del departamento, Sixta, la enfermera que atiende a doña Emma, va a su encuentro y la rocía con aerosol desinfectante.
Gabriela: –No pude llegar antes porque se tardaron siglos en entregarme la medicina. ¿Qué le sucede a mi madre?
Sixta: –De salud doña Emma está bien, pero desde hace días la he notado rara.
Gabriela: –¿Rara? ¿Qué quieres decirme con eso?
Sixta: –Ella que es tan animosa, anoche estuvo muy calladita. Se fue a dormir sin ver las noticias en la tele, cosa rara: ya sabes que le gusta estar al tanto de lo que pasa. En la mañana se levantó a la hora de costumbre, pero no quiso que la bañara. Desayunó un poquito y enseguida se fue a su cuarto. Oí que abría cajones y pensé que estaba arreglando su ropa. Quise entrar para ayudarla, pero no pude: tenía la puerta cerrada con llave. Le pregunté qué le pasaba y contestó que me fuera. Por su tono supe que estaba llorando. Deberías hablar con ella.
Gabriela: –Voy a ver qué tiene. (Toca la puerta.)
–Mamá, soy yo. ¿Por qué estás encerrada?
Emma (desde el interior de la recámara):
–Necesito estar sola, eso es todo. No te apures.
Gabriela: –¡Pero cómo no! Llevas horas sin salir, son las cuatro y no has comido. ¿Qué te pasa? ¿Qué haces?
Emma: –Arreglo mis cosas.
Gabriela: –Te ayudo. Déjame entrar.
II
Se abre la puerta. Gabriela apenas puede reprimir su sorpresa al ver a su madre con la expresión alterada, el cabello revuelto y los ojos húmedos.
Gabriela: –Madre: es muy tarde, no te has vestido y estás toda despeinada.
Emma: –¿Eso tiene algo de malo?
Gabriela: –No, pero se me hace raro. Tú siempre andas muy arregladita. (Se acerca y le ordena el cabello con los dedos.) ¿Te sientes mal? (Mira en el piso papeles regados.) –¿Qué es todo eso?
Emma: –Fotos, cartas, mis directorios. Para qué sigo guardándolos, si no me queda nadie a quien llamar.
Gabriela (recoge un puñado de papeles): –¿Por qué los rompiste?
Emma: –No tiene sentido conservarlos. Cuando me muera no van a interesarle a nadie. Es mejor que lo rompa todo y no que mis cosas sean un estorbo o anden rodando por allí. Siéntate. No me tardo: ya casi termino.
Gabriela: –¿Cómo se te ocurrió hacer esto precisamente ahora?
Emma: –La otra noche dijeron que ya van miles de muertos y pensé: ¿Cuánto tiempo me queda?
Gabriela: –Madre, eso nadie lo sabe.
Emma: –Pero llega un momento en que te sientes más cerca del fin. Que sea cuando Dios quiera, menos hoy
, decía mi madrina. De repente le dio un infarto y se acabó todo.
Recuerdo a la familia diciendo: ¿Qué hacemos con las cosas de Celia?
No quiero que suceda lo mismo con las mías.
Emma (saca de una caja un altero de recortes):
–Esto, por ejemplo, ¿a quién va a interesarle? Sólo a mí, y si cuando ya no esté... Mejor los rompo.
Gabriela: –No. Déjame verlos.
Emma: –No vale la pena.
Gabriela: –Por algo los tenías guardados.
Emma (sonriente): –Cuando mis compañeras de tercero y yo ganamos el primer lugar en una competencia de voleibol salimos en los periódicos. Mis papás recortaron las fotos. Estaban tan orgullosos...
Gabriela: –Por eso mismo no debiste romperlos.
Emma: –El papel se estaba deshaciendo, ya casi no se veía nada.
III
Gabriela ve a su madre apartar con la punta del pie los papeles rotos. Doña Emma, al sentirse observada, se detiene:
Emma: –¿Crees que ya me volví loca?
Gabriela: –No. ¿Por qué lo dices?
Emma: –Por la forma en que me mirabas.Gabriela: –Te veía porque recordé algo: cuando era niña, a todas horas andabas bien vestida, impecable. Eso me cohibía, me alejaba de ti. Por eso muchas veces no me atreví a besarte o abrazarte.
Emma: –¿Por qué nunca me lo habías dicho?
Gabriela: –Jamás volví a pensar en eso, pero hoy, al verte de-sarreglada, recordé el detalle que borró la distancia que me separaba de ti: una tarde que ibas a salir con mi papá te pusiste un vestido morado, sin mangas. Al despedirme noté que se te salía un tirante y me sentí muy feliz, pero no entendí por qué. Cuando uno es niño hay cosas que no puede explicarse.
Emma: –Eso siempre pasa, no importa la edad que tengas.