Recuerdos // Empresarios (CXXXIX)
estía de corto y esperaba la hora: las nueve de la noche. Tocarían entonces el himno nacional del Perú y enseguida, La Marsellesa. El embajador extranjero y todos los presentes permanecerían de pie. Terminadas las ardientes estrofas patrióticas, se iniciarían las arias de la ópera Carmen. A su compás haría el paseíllo en el Vel de Hiver.
“Sabía todo esto porque la víspera había ocurrido así. Por cierto, que durante mi actuación surgió un gracioso incidente: un representante de la Sociedad Protectora de Animales había querido comprobar si las banderillas le harían demasiado daño a su protegido, un toro de lidia. La cuadrilla había escondido rápidamente los palitroques detrás de un burladero y luego invitó al curioso señor a que entrara y viera las banderillas, pero como el toro estaba allí, su protector optó por no entrar… y continuó la lidia. Qué duda cabe, sucedían muchas cosas graciosas en sitios donde la Fiesta era un espectáculo nuevo. Ayer, en el tendido, en el público se había presentado con smoking Ali-Khan, quien, con su linda esposa, Rita, estaban en barrera, y El Vito había resultado cogido porque se quedó mirando a la estrella-princesa. El hermano de Julio, para castigar su distracción en la arena (que en París era una alfombra cosida a mano) no le avisó de la salida del toro al ruedo.
“–Tiene bonitas piernas –había observado El Vito, mirando admirado a la actriz, dijo a su hermano.
“–Mejores las tiene el que está detrás de ti –respondió a su hermano.
“Y listo. Menos mal que no pasó de una voltereta.
“Dije al empezar este capítulo, que estaba vestida de corto y lista para actuar, pero se me olvidó anotar que me encontraba en un sitio muy original: un gran salón rodeado de más de 30 cabinas telefónicas. Era el centro de los periodistas. Desde allí se comunicaban con sus periódicos. Queriendo escaparme de sus preguntas –pues antes de la hora son molestas–, había escogido para esconderme precisamente ese lugar. Tuve suerte, ya que entraban y salían sin fijarse siquiera en la figura descubierta que los observaba. Me buscaban por todos lados y me dieron ganas de reír al mirarlos. ¡En mi vida había visto tantos fotógrafos ni me habían hecho tantas preguntas como en París!
“–¿Quién es su agente de propaganda? –le preguntó un estadunidense a Ruy, y éste, que odiaba la palabra propaganda, lo mandó a paseo. Ruy era fantástico. ¿Y qué decir de Asunción? Con cuánto cariño y con qué extraordinaria vitalidad me acompañaban. Eran incansables, alegres, optimistas, cuidadosos. Hacía exactamente 10 días de aquella noche que había toreado en la plaza Monumental de México y tres desde que toreara en la Feria de Sevilla de 1948. Tres días de mi última corrida en España, ¡más de tres años desde la primera! Cómo pasaba el tiempo. Tres años esperando, anhelando, el momento de echar pie a tierra en un ruedo español. Reviví la tarde de mi presentación en Sevilla. Parecía ayer. Tenía yo, aún, tantas esperanzas…”
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“En el enorme patio de Alfonso XIII, animado por música, luz y baile, conocí un mundo de personas, habiendo sido Cayetana la primera que me presentaron.
“Marcial me presentó en seguida al general Lecea y al general Queipo de Llano, héroe de la reciente guerra. Éste, que firmaba conmigo muchísimos autógrafos, decidió que cobrásemos a cinco pesetas cada uno, con fines benéficos. (Nos fue muy bien en el negocio). Al poco rato aparecieron amigos portugueses para darme la enhorabuena: Víctor, Camilo... y no faltó José Tanganho, que para regocijo de todos, contó las peripecias de su viaje.
Todo aquello fue maravilloso. Surgieron empresas, para firmar 30 corridas de toros. El conocido taurino Eduardo Pagés buscó a Ruy para hablar de negocios. Nuevos amigos me invitaron a sus casas y cortijos. Me ofrecieron los ganaderos de reses bravas fiestas y becerras a montones. Hicimos un viaje para pasar unas horas deliciosas con los duques de Pinohermoso, admirable él de afición y de valor, y no faltó ganadero, como Agustín Mendoza, conde de la Corte, cuyo nombre me parecía de romance, que reservara, para mi solita, toda una camada de becerras, además de un caballo.
(Continuará) / (AAB)