Juana de Arco
n México la obra del francés Bruno Dumont es ampliamente conocida por el público cinéfilo que frecuenta la Cineteca Nacional y el Ficunam capitalino, su principal difusor. Gracias a esa familiaridad con el trabajo del director de La vida de Jesús (1997), Hadewijch (2009) y Fuera de Satán (2011), es posible valorar los grandes contrastes estilísticos entre la sobriedad minimalista de sus primeras obras y el tono lúdico y la apuesta por el absurdo humorístico en trabajos más recientes como El pequeño Quinquín (2014).
El mejor ejemplo de esa diversidad de apuestas formales lo ofrecen sus dos cintas más recientes, basadas ambas en un mismo tema y un mismo personaje: Jeannette, la infancia de Juana de Arco (2017) y Juana de Arco ( Jeanne , 2019).
¿Cuál podría ser la originalidad en el propósito de llevar una vez más a la pantalla la vida y las hazañas guerreras de la llamada doncella de Orléans? Además de las canónicas versiones fílmicas del danés Carl Dreyer ( La pasión de Juana de Arco , 1928) y del francés Robert Bresson ( El proceso de Juana de Arco , 1962), existen acercamientos similares en la obra de Roberto Rossellini, Otto Preminger o Jacques Rivette, entre otros cineastas.
También hay diversos enfoques teatrales, en los que destaca, insuperable, el trabajo de Bertolt Brecht. Lo que acomete ahora Bruno Dumont, con base en textos teatrales de Charles Péguy, es transformar la imagen de la heroína y emblema máximo del ultra nacionalismo francés, prestándole la fisionomía de una niña de 10 años (Lise Leplat Prudhomme), que encarna, de modo impresionante, a la Juana de Arco de 19 años en los últimos momentos de su corta vida.
El cineasta considera por lo demás improcedente ahondar en una materia histórica ya muy estudiada (el papel de la futura santa en la llamada Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra entre los siglos XIV y XV), y se limita a exponer de un modo original las escenas cruciales del proceso por herejía impuesto a la doncella en 1431 por parte de intolerantes clérigos borgoñones, aliados políticos de los ingleses.
El tono sombrío de la película contrasta con la epifanía pastoral que evoca la infancia de la heroína en Jeannette , la cinta de 2017. Aunque en ambas películas se trata de la misma actriz púber, los rasgos de precocidad reposan ahora enteramente en los diálogos filosóficos y morales que sostiene la doncella con sus jueces implacables. Estos últimos son exhibidos como misóginos vociferantes, figuras bufas con tics y gesticulaciones grotescas, indisociables casi de los jueces y abogados que en nuestros días desestiman o trivializan los abusos sexuales por falta de pruebas o por expedientes mal armados.
La joven Juana defiende sus posturas con una dialéctica impecable, invocando la superioridad de la justicia divina sobre la venalidad de la injusticia humana. Los cargos que se le imputan son caprichosos y lindan con el delirio: la vestimenta masculina de la doncella guerrera, utilizada para proteger su cuerpo de abusos sexuales, es vista como un travestismo demoniaco y lo mismo sucede con las voces celestiales que supuestamente guían sus acciones de batalla, y que se vuelven pruebas de una posesión maligna exorcizable en la hoguera.
En esta nueva Juana de Arco la forma adquiere tanta relevancia como el contenido. El marco de la representación es sugerente y atractivo (el interior de la catedral de Ruan es remplazado aquí por el gótico igualmente portentoso de la de Amiens), y el fondo musical se vuelve un acierto inesperado, pues el director no resiste a la tentación de armar un pequeño musical posmoderno, mezcla de lo grotesco y lo sublime, animado por el grupo pop Kid Wise, con su vocalista Agustin Charnet, y también por Christophe, un gran ícono musical francés recién fallecido. Bruno Dumont, una vitalidad artística incuestionable.
La película Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional, a las 12:30 y 18:30 horas.
Twitter: @carlosbonfil1