oy, después de un año, la extraña enfermedad
, como fue el diagnóstico ante el primer caso de Covid-19 en la provincia china de Wuhan, la pandemia se ha extendido a todo el planeta y rebasa la cifra de 57 millones de contagiados y casi un millón 400 mil fallecimientos. En aquellos países que presumen ser los más ricos del mundo
, agrupados en el G-20, con 66 por ciento de la población mundial y alrededor de 85 por ciento del producto bruto mundial, se concentra también la mayor tragedia a causa del Covid-19 con 72 por ciento del total de la población contagiada y 74 por ciento del total de fallecimientos en el mundo.
Tres olas se distinguen en la propagación de esta pandemia. La primera abarcó principalmente a las economías de los principales países capitalistas; a finales de mayo de 2020, las tres cuartas partes de los contagiados en el mundo se localizaban en países integrantes del G-20. La segunda, cuando los principales países capitalistas de Europa buscaban recuperar su normalidad
, se concentró por su magnitud y dinamismo en dos economías emergentes
, con niveles de pobreza y desigualdad más grandes del mundo: Brasil e India. En la actual, la tercera ola, la propagación se ha intensificado en Estados Unidos y en países del continente europeo.
Después de culparse como responsables de esta pandemia los gobiernos de Estados Unidos y China, cada uno, al igual que algunos de los principales gobiernos capitalistas del G-20, como Rusia e Inglaterra, se volcaron, sin coordinación, a emprender acciones para detener la propagación de la pandemia y desarrollar investigación para producir una vacuna. Sin vacuna disponible todavía por ningún país, sin la protección necesaria y con el argumento de que la inactividad laboral puede ocasionar estragos económicos y de hambre mayores a la pandemia, como esgrimieron Donald Trump y Jair Bolsonaro, la mayoría de los gobiernos del G-20 aceptaron reabrir las actividades económicas
.
Los resultados están a la vista. Del promedio de 600 mil personas contagiadas por día a escala mundial, desde la segunda semana de noviembre, 80 por ciento ya les corresponde a las naciones integrantes del G-20, de las cuales 10 presentan cifras de contagio acumuladas por arriba de un millón de habitantes, como es el caso de México, hasta 11 millones 500 mil, como es el caso de Estados Unidos.
La mayor propagación y efectos dañinos de la pandemia del Covid-19 se ha concentrado en la población trabajadora y más pobre del planeta. La protección, los sistemas e infraestructura para la salud, con algunas excepciones como China, Nueva Zelanda, Japón, Corea del Sur, Cuba, evidenciaron una fragilidad extraordinaria y, en muchos casos, en repetidas ocasiones, como está sucediendo nuevamente en España y Francia, han sido desbordados por la magnitud de la demanda. Los apoyos que se han brindado por algunos países como China, Rusia y Japón, no fueron parte de un plan ni de medidas de una estrategia unida para hacer frente a esta crisis sanitaria que azota a la población mundial.
La incompetencia, soberbia, ignorancia, desprecio al conocimiento científico y a la vida humana requiere de otros gobiernos y foros de coordinación. Cancelar el confinamiento no debe ser disyuntiva entre el dinero y la vida. Reincorporarse al trabajo para millones de trabajadores o mantenerse en él como trabajador por su cuenta o informal
, en las condiciones actuales en que el virus está por doquier y embozado, significa arriesgar la vida.
Frente a la demanda del capital para reiniciar las actividades laborales, la opción debe ser la vida, no el dinero. Más aún, debe pugnarse por establecer sistemas impositivos donde se concentra la riqueza y hay dinero, en el gran capital; garantizar el empleo permanente; prohibir el outsourcing; establecer seguro de desempleo; protección a los migrantes; prohibir y cancelar todas las decisiones de bloqueo o boicot económico, como los que aplica Estados Unidos contra Venezuela, Cuba, Irán, Siria; establecer acuerdos estatales de coordinación y cooperación científica en materia de salud, alimentación y medio ambiente, y garantizar el suministro gratuito y universal de la vacuna contra el Covid-19.
Vivimos tiempos extraordinarios de crisis y rebeldía. Pugnemos desde México y en todos los foros, como el G-20, para que nuestra experiencia no se quede anclada en la simulación o en la visión que anticipó Walter Benjamin en 1933: En la gran pobreza que ha cobrado rostro de nuevo y tan exacto y perfilado como el de los mendigos en la Edad Media
(Walter Benjamin, Experiencia y pobreza, 1933).