n esta última semana de un año calamitoso para todo mundo y ciertamente muy infortunado para la industria del espectáculo, en particular para el cine, en lugar de abandonarse al viejo ritual de señalar, de modo muy subjetivo, cuáles han sido las mejores películas del año, convendría todavía más considerar la manera en que hemos podido disfrutar ese cine. Al respecto, Anthony Lane, crítico destacado de la revista The New Yorker, apunta: Lo que importa no es lo que vimos en 2020, sino cómo lo vimos, y si nuestros nuevos métodos y maneras de ver el cine han llegado para quedarse. Para muchos espectadores, un cambio de dimensiones en las pantallas será poca cosa, lo mismo que el cambio al espacio doméstico: una película es una película, dondequiera que ésta florezca, del mismo modo que una rosa es una rosa. No es tanto así. Una cinta espectacular y una casera son dos cosas muy diferentes. La primera es indisociable de la mirada pública y queda fuera de nuestro control; no podemos detenerla ni abreviarla mientras se proyecta. La segunda ha sido trasplantada al televisor, cultivada casi en un envase de vidrio, y por enorme que sea nuestra pantalla, gran parte de su aroma se ha desvanecido. Por si eso fuera poco, podemos interrumpir en cualquier momento lo que nos cuenta
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Nadie sabe con certeza si la opción de volver a ver el cine en pantalla grande mantendrá intacto su atractivo una vez que finalice o se controle la pandemia. Lo evidente es que nuestras viejas certidumbres de espectadores (el cine es mejor que la vida, el cine se disfruta mejor en una pantalla grande, etcétera), se han visto hoy fuertemente perturbadas, orillando a muchos cinéfilos a sujetarse a aclimataciones culturales inéditas y a ensayar nuevos hábitos en su manera de explorar y disfrutar la experiencia cinematográfica. Sin abandonar la esperanza de regresar con plena libertad y sin protocolos excesivos a las salas de cine, el porvenir inmediato de la industria fílmica dependerá en gran medida de su capacidad para adaptarse a la realidad del auge inusitado de las plataformas digitales (la salida comercial de un filme está ahora ligada a su estreno simultáneo en Netflix, Disney Plus o HBO), y a retener el interés de un público masivo al que esas mismas plataformas permite acceder con mayor flexibilidad a películas de calidad, esas obras de autor o esos documentales antes eclipsados por la hegemonía casi total de los blockbusters de temporada, en especial de las películas de superhéroes.
Una plataforma como Filminlatino promueve el cine mexicano y los cortometrajes de manera más eficaz y generosa de lo que jamás pudo o deseó hacerlo el duopolio de exhibición (Cinemex/Cinépolis), hoy tan lastimado. Netflix se ha vuelto una plataforma de estrenos novedosos cada vez más abierta, por un astuto olfato comercial, a una creciente diversidad de audiencias, y la plataforma MUBI ofrece continuamente, y de modo muy accesible, estrenos, retrospectivas y notables revelaciones en el cine de arte. Una vez que concluya el ciclo desesperante de esta pandemia, es claro que el vacilante regreso a las salas tendrá como contraste y complemento inevitable la enorme vitalidad de la oferta digital, y con ese tipo de complementación los cinéfilos ciertamente ganarán. Si en un futuro mediato no fuera posible limitar en algo la voracidad mercantil de los estrenos espectaculares que acaparan casi todas las pantallas, y el descomunal negocio de dulcerías hoy tan sanitariamente incorrectas, cabe al menos esperar una saludable competencia entre las salas onmipresentes y esas nuevos métodos y maneras de ver el cine que, como sugiere el crítico neoyorquino, han llegado para quedarse.
Es sintomático que a lo largo del año sólo haya podido promoverse, con visibilidad limitada, una cinta tan espectacular como Tenet, de Christopher Nolan, la cual busca ya reciclarse como videojuego, y que en la última semana de este año Mujer maravilla 1984 procure cerrar con broche de oro una de las temporadas más ingratas para la multimillonaria industria de cine hollywoodense. Sin duda, la monumental sacudida que la pandemia ha provocado en el mundo del espectáculo dejará tras de sí efectos deplorables, uno, el más triste, será la desaparición, por quiebra económica, de muchos cine clubes y salas independientes. Es deseable sin embargo, como buen deseo de año nuevo, que también consiga desterrar en esa industria las prácticas de lucro inmoderado y el desdén hacia esos públicos muy diversos que hoy cuentan con opciones y estrategias novedosas para ver un cine de mejor calidad como parte de sus hábitos nuevos. ¡Enhorabuena!