n nuevo ciclo lectivo se inicia hoy, tras año y medio de interrupción de las clases presenciales debido a la pandemia. El necesario regreso a las actividades escolares ocurre, es cierto, con incertidumbres, condiciones no necesariamente propicias e incluso con descontentos de familias y profesores, por lo que es previsible que no todos los planteles retomen las actividades previas al Covid-19, o que no lo hagan a plenitud, y sobre la marcha deberán resolverse numerosos asuntos pendientes en muchos ámbitos.
La preocupación sanitaria ante la reactivación de las clases presenciales parece ser la menor de las preocupaciones. A estas alturas de la reactivación, los estudiantes participan ya en un sinnúmero de actividades sociales, por lo que la escuela no debe ser un foco importante de infecciones, a condición de que se observen las medidas sanitarias bien conocidas: sana distancia, lavado frecuente de manos y uso de cubrebocas. Con la gran mayoría del personal educativo ya vacunado, y ante los datos científicos que indican una peligrosidad mínima del Covid-19 en personas menores de 18 años, las autoridades sanitarias han aprobado, en consecuencia, la vuelta a las aulas.
Más preocupante es el hecho de que las directrices emitidas por la Secretaría de Educación Pública (SEP) y las instancias correspondientes en las diversas entidades adolecen de precisión y de procedimientos claros ante diversas circunstancias adversas –como la falta de condiciones de higiene en numerosos planteles, particularmente en lo que se refiere a la falta de agua potable– y ante eventuales brotes de SARS-CoV2 en centros escolares.
No hay tampoco una proyección clara sobre cómo van a combinarse y articularse las clases presenciales con las actividades de educación a distancia que seguirán llevándose a cabo en diversos lugares. Se plantea así un arduo desafío para todos los participantes en el proceso educativo.
Por añadidura, está sobre la mesa el debate de si los contenidos de la enseñanza incorporan ya las nuevas realidades derivadas de la pandemia y, en consecuencia, si se va a preparar adecuadamente a los educandos para hacer frente a entornos regionales, nacionales y mundiales severamente alterados por la crisis sanitaria que aún padecemos.
Cierto es que los problemas aquí enumerados, más otros, son resultado de un fenómeno imprevisto que no sólo afectó a México ni impactó únicamente en el ámbito de la educación, y es claro que la reconstrucción de las rutinas escolares en la nueva realidad no podrá hacerse en cuestión de días ni de semanas. Hoy es prioritario devolver a niños y jóvenes el lugar en el mundo que les fue bruscamente arrebatado por la emergencia sanitaria y en torno a esa prioridad deberán resolverse las numerosas incertidumbres, los malestares, y los problemas pedagógicos, administrativos y logísticos pendientes.
La reactivación de las actividades educativas presenciales requerirá, por tanto, de un esfuerzo extraordinario de autoridades, madres, padres, personal docente y de los alumnos, a fin de avanzar lo más rápido que se pueda en la normalización de la vida escolar, en un contexto de diálogo y escucha entre todos los actores involucrados.