na buena tarde, aunque también durante cualquier mañana –incluyendo a las mejores cuando son tibias– la crítica terminal y profunda de los opositores al gobierno aparece irredenta y despiadada. Han encontrado algunas llaves, las creen maestras, que les permiten ir y venir con frases moldeadas al canto y para cualquier ocasión. No dudan, ponderan y echan todo el peso de sus laureles, reconocimientos y amplias bocinas, para enfatizar su maestría. Al golpe de cientos de artículos, horas inacabables de comentarios y alegatos en los medios de comunicación, van levantando muros de condenas, en especial contra el Presidente de la República. Sujeto privilegiado éste de sus palabras y pensamientos, acuden a su ya manido repertorio, en verdad, para celebrarse a sí mismos. Se admiran, extasiados, como celosos guardianes del bien decir, la democracia y otras supravirtudes.
No dan pausa a su entusiasmo por ejercitar su agudeza. Ahí van en tropel persiguiendo a un hombre al que apedrean con altisonantes frases a cada movimiento que hace. Lo sepultan ahora hasta con libros que, piensan, inclinarán la historia en su contra. De esa lapidaria colección de retoques a la personalidad de AMLO va surgiendo un monstruo de peligrosas aunque seductoras imágenes. Lo ven con desplantes continuos de autoritarismo, plagado de señales ensimismadas sin posible interlocución con sus semejantes. Lo tildan de oficiante de un culto hermético, con tintes mágicos, sólo apto para seguidores doblegados por su carisma. Los altivos oráculos de la opinión difundida han concluido en los riesgos que implica ese su continuo trajinar por las mañaneras. Ahí radica, según ellos, el mero huevo de la serpiente que enroscará a la libertad de expresión. Es, sin duda, la más rijosa práctica difusiva, cotidiana y avasallante, que atora las demás libertades. Una variada cantidad de ellas, preciadas para quienes desean una continuidad modélica, conocida por concentradora. Es por ello que se atrevieron a traer al mejor de sus adalides mundiales, un predicador incansable de libertades a modo suyo, simplón aunque repetitivo: Vargas Llosa. El Nobel escritor, laureado predicador para que, desde la tribuna del cacique jalisciense (UDG) conduzca a la tribu oidora local por los reales senderos de santificada democracia bajo cuestión.
Es así como, de acuerdo con estas íntimas visiones de tan serenas y cultivadas mentes de la sociedad civil, se va cincelando un poliforme monstruo que ahora gobierna, alejado de todos y sólo cercano a sí mismo. Un yo recóndito, desconocido por los demás y, ciertamente, aseguran, también por él. Esta alta opinocracia se ve como la única maestría que, en verdad, lo conoce. Lo ha espulgado en sus pulsiones más sentidas. Estas ideas fuerza, ya han sido sembradas por aquí y por allá con desparpajo hasta inconsciente. Al juntarlas en columnas periodísticas, artículos, libros y reseñas, afirman que condensarán la frustrada y pequeña historia de este sexenio. Y lo harán para escarmiento futuro, de una época trágica, sin remedio, castigada por los dioses de la sabiduría convencional. Y, lo peor, contradictoria e incongruente con lo mil veces prometido de velar por los de abajo.
Mientras esta manera abierta de defensa a ultranza de un modelo injusto y conservador de peores males se deleita en su crítica, suceden, por lados insospechados, acciones transformadoras. No de superficie, sino de raigambre política profunda, popular. Cambios que trabajan en la dirección preconcebida de un modelo alternativo y justiciero. No obstante, rememoran, a cada rato, la cancelación de un aeropuerto y la tildan premonitoria y autoritaria. No pueden pensar en que ese malhadado proyecto en Texcoco no llevaba a ningún buen resguardo. No era un simple negocio grupal, de sexenio, sino de todo un régimen de gobierno medularmente corrupto. No había detalle alguno que se salvara de los arreglos cupulares, utilidades desmedidas y cínicos apañes del tipo ya muy conocido. Fue por ello el dolor profundo, la irreparable herida que causó. El Felipe Ángeles les tardará en convencer, si alguna vez recapacitan, de sus conveniencias innegables. Similar destino lleva la Guarda Nacional, sustituta de una Policía Federal mal concebida, peor armada y desvalijada. Los índices delictivos actuales apoyan, con datos ciertos, lo atinado de su formación. Pertenecer al Ejercito no desmejora ni pervierte sus funciones o eficacia. La sustitución del Seguro Popular por el Insabi y el propósito, en vías de concreción de la máxima de salud para todos ya se percibe como realidad. Y así por el estilo se van sumando logros muy a pesar de los estragos pandémicos. El billón y casi medio más de pesos, obtenidos sin mayores impuestos y pronunciada caída económica, es de necios ignorarlo.