n reconocimiento a Michel Housson, apasionado de caracterizar la larga duración de las condiciones de trabajo y de vida de los trabajadores. Murió el 18 de julio del año pasado, a los 72 años, y luego de una fructífera actividad intelectual y política que –contaba– empezó cuando de su natal Lyon se fue a París a estudiar ciencia política. Pero pronto –también lo contaba– huyó a economía
. Gracias a ello, tuvo como profesores a Raymond Barre y a nuestro querido profesor de la UAM Iztapalapa Carlo Benetti, quien –a decir de Housson– lo invitó a leer directamente a los autores del pensamiento económico clásico y su crítica y los del pensamiento neoclásico. Así lo hizo.
Michel, aún más, logró hacer –lo anhelaba– no sólo una síntesis entre su preocupación social y su habilidad matemática, también una carrera de análisis permanente de las condiciones laborales. Y de rigurosa militancia caracterizada por un debate continuo con las tesis vigentes sobre la transformación de la Francia de la posguerra.
Carlos Morera, del Instituto de Investigaciones Económicas, y quien esto escribe trabajamos algunas de sus últimas aportaciones. En una, aseguraba que la crisis del covid era una gigantesca deflagración cuyos efectos serán duraderos
. Para él no habría vuelta a la normalidad. El sistema resistirá e incluso buscará aprovechar la crisis para reforzar su supremacía
(http://alencontre.org/europe/apres-lhibernation.html).
Y sus últimos días se concentró en medir esta crisis y sus devastadores efectos sobre el empleo, a partir del interesante análisis de especialistas de la OIT (Organización Internacional del Trabajo), para quienes la pérdida de horas de trabajo en 2020 fueron unas cuatro veces mayores que en la crisis financiera de 2009
(https://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/---dgreports/---dcomm/documents/briefingnote/wcms_824097.pdf).
Pero –decía Housson– esto es muestra de las tendencias de larga duración de empleo, ocupación, magnitud de la jornada laboral, intensidad del trabajo y, sin duda, salario y remuneraciones. Y formulaba preguntas al respecto. Por ejemplo, ¿cuánta ocupación se vincula a un determinado volumen de inversión? ¿Cuánta de esta ocupación –siguiendo la tradición clásica y su crítica– representa generación de producto neto?
En esa perspectiva de 100 años que tratamos de caracterizar con el ejemplo de la economía estadunidense, es útil decir que el producto crece casi 20 veces y la ocupación cuatro. Sin duda, efecto del desarrollo tecnológico y del incremento de la potencialidad productiva del trabajo.
También –sugería Housson– de la intensidad del trabajo realizado durante la jornada, vinculada con el desarrollo tecnológico, pero no sólo. ¿Por qué? Por el registro de un menor tiempo de trabajo por ocupado, pero un mayor volumen de producto, a pesar de ello.
Sí, en 100 años se descubren menos ocupados por unidad de activos y por unidad de producto. Y esto parece permitir que cada ocupado registre un tiempo menor de ocupación. Pero también se descubre una severa modificación de las condiciones de trabajo.
De fines de los años 20 a la fecha se observan tres momentos específicos de cambio: ocupación y remuneraciones reales se detuvieron de 1945 a 1953 (Segunda Guerra Mundial); asimismo, de 1974 a 1996 (con tendencia descendente de la rentabilidad); finalmente, de 2001 a 2010 (en plena expansión de la financiarización y de sobreacumulación de activos). Tres momentos dramáticos para la fuerza laboral estadunidense. En realidad –lo aseguraba Michel Housson y lo podremos ver– de la fuerza laboral en todo el mundo. De veras.