principios del mes que está por terminar, la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, la demócrata Nancy Pelosi, efectuó una visita a Taiwán, que generó indignación en el gobierno de China, toda vez que la visita de la legisladora fue un respaldo inequívoco a las autoridades separatistas de esa isla –que forma parte del territorio chino–, así como un peligroso acto de intervención en los asuntos internos de la potencia asiática.
En respuesta, el gobierno que encabeza Xi Jinping llamó a consultas a su embajador en Washington, suspendió los intercambios comerciales con más de 100 empresas taiwanesas y ordenó la realización de intensos ejercicios aeronavales en el mar de China y el estrecho de Taiwán, que separa la isla del territorio continental.
Si bien el presidente Joe Biden sugirió a Pelosi desistirse de realizar esa provocación, lo cierto es que ésta desembocó en un brusco incremento de la tensión entre la Casa Blanca y las autoridades chinas, y entre Pekín y Taipéi.
Analizada desde una perspectiva meramente pragmática, la visita fue contraproducente, pues lejos de fortalecer a Taiwán el viaje de la congresista empeoró notablemente su posición estratégica y los riesgos de que la isla se vea sometida a un ataque; vista desde la lógica de la legalidad internacional, fue una injerencia indebida, pues la gran mayoría de la comunidad internacional –Washington incluido– no reconocen a la isla separatista como un Estado soberano, sino como parte integrante de China.
Significativamente, lejos de emprender acciones orientadas a estabilizar la relación sinoestadunidense, el gobierno de Biden parece dispuesto a exacerbar la hostilidad. No hay otra explicación posible a la incursión –justificada como tránsito de rutina
– de dos barcos de guerra de Estados Unidos en el estrecho de Taiwán.
Aunque la Armada aseguró que las embarcaciones portamisiles transitan por un corredor en el estrecho que está fuera del mar territorial de cualquier país
, el hecho es que fueron enviadas al que es actualmente el punto de mayor tensión militar en el planeta después de Ucrania y a sabiendas de que no hay más delimitación marítima entre la isla y China continental que una línea media
inventada por el Pentágono en 1954 y que Pekín nunca ha reconocido.
La presencia de navíos de guerra estadunidenses en esa región agrava, pues, la probabilidad de un incidente armado entre fuerzas chinas y estadunidenses, con las peligrosísimas consecuencias que eso podría tener, y maximiza el riesgo de que Taiwán se vea arrastrado a una confrontación que, a decir de sus dirigentes, desea evitar.
Finalmente, debe considerarse que las acciones hostiles de Washington en esa zona no parecen responder al descabellado propósito de ir a una guerra con China, sino al deseo de gobernantes y congresistas demócratas de mostrar músculo
con propósitos electoreros, en vísperas de unas elecciones legislativas que tienen muchas probabilidades de perder ante sus rivales republicanos. Se trata, en suma, de una irresponsabilidad mayúscula.