uevamente acudimos a Culiacán, Sinaloa, en esta ocasión para dar una plática organizada por la corresponsalía del Seminario de Cultura Mexicana, que preside el destacado cronista Gilberto López Alanís, y la Universidad Autónoma de Occidente. Se realizó en el recinto que ocupa el archivo histórico que se abrió recientemente dentro de las modernas instalaciones del campus.
Un encanto del municipio son los ríos que la atraviesan: Humaya, Tamazula, Culiacán y San Lorenzo, que se unen en dos. Aunados a la vegetación salpican la ciudad con árboles de notable frondosidad, entre los que destacan los olivos negros, brindan un atractivo particular a la urbe montada en suaves colinas que brindan vistas espectaculares.
Hace poco platicamos sobre el Centro Histórico, que conserva varias construcciones magníficas de siglos pasados. Ahora visitamos la Catedral, que está al costado de una arbolada plazuela del mismo nombre. La construcción comenzó en 1842 y tardó más de 30 años en terminarse; sustituyó a la parroquia de la Antigua Villa de Culiacán.
En estilo neoclásico tiene en su interior hermosos altares y valiosas figuras de santos de los siglos XVII, XVIII y XIX. Sobresale la Virgen del Rosario, que tiene más de 300 años. En la fachada principal podemos observar un gran reloj circular y una escultura de San Miguel Arcángel, patrono de la ciudad.
A la visita nos acompañó el ingeniero Víctor Manuel Buelna, oriundo del lugar, al que ama, conoce su historia y como corolario arregla los relojes públicos monumentales de toda la entidad, por los que tiene verdadera pasión y conoce su origen.
Ese conocimiento lo plasmó en un interesante catálogo en el que cuenta una breve biografía de cada uno. Aquí nos enteramos de que la mayoría se compró en las afamadas joyerías La Perla y La Esmeralda, en la Ciudad de México. Esta última es ahora el Museo del Estanquillo, que resguarda la original colección de objetos del escritor Carlos Monsiváis.
La mayor parte de los relojes se construyeron en Alemania y Francia, aunque también hay cinco que se fabricaron en Puebla y Guadalajara, y el más antiguo en Estados Unidos.
Aprovechamos su compañía y la de la gentil Alma Salazar, de la universidad, para conocer otros sitios históricos de interés y... sus relojes monumentales.
El Santuario del Sagrado Corazón, en cuya ceremonia de colocación de la primera piedra, en junio de 1890, estuvieron presentes las personalidades más importantes de aquel entonces, entre los que se encontraba Manuel Clouthier y su esposa, seguramente abuelo del célebre Maquío. Tiene un reloj que cotidianamente anuncia el Angelus.
En estilo neoclásico, versión culichi (así se autonombran los culiacanenses), tiene su anécdota histórica: en mayo de 1911, durante la ocupación de las tropas revolucionarias, las del bando porfirista se fortificaron en el templo y desde la azotea presentaron resistencia durante tres días a los rebeldes. Un muro lateral conserva aún las huellas de miles de balas.
Hablando de historia, el ingeniero Buelna nos platicó que en la batalla de San Pedro, en 1864, el general Antonio Rosales Flores derrotó a los franceses y evitó que invadieran la ciudad. Por esa razón el municipio lleva el nombre de Culiacán de Rosales y se declaró Ciudad Heroica. O sea que en dos ocasiones derrotamos al que se consideraba el ejército más poderoso del mundo.
Hay más que decir, pero tenemos que ir a un tema de gran importancia: la gastronomía. Con su cálida hospitalidad, tras el recibimiento en el aeropuerto, el cronista Gilberto López Alanís nos llevó a Tatani a degustar un auténtico festín de comida de mar.
Hay para escoger entre 12 recetas de ceviches, siete de aguachiles, ocho de cocteles, molcajetes, tacos, pellizcadas y “pa’picar”, con camarones en diversas presentaciones y tamaños y callo de hacha, de lobina, pulpo, jaiba, pata de mula y ya le paro.
El desayuno del día siguiente fue en la subyugante La Chuparrosa Enamorada, bajo una gran palapa, junto a un canal del río Culiacán. Nos tocó la suerte de saborear su viandas mientras escuchamos la vigorosa lectura de poesía amorosa de Héctor Monge, dentro de las actividades de los desayunos culturales que promueven la corresponsalía del seminario y el Centro de Estudios Históricos y Culturales Bacurimí. Ya no hay lugar para el menú, pero los dejo con pan de mujer
recién horneado con aromático café de la olla.