ras destituir al derechista Yoav Galant como ministro de Defensa y presionado por masivas protestas ciudadanas en contra de las reformas que pretende imponer para someter al Poder Judicial al arbitrio del Ejecutivo, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, resolvió aplazar tales reformas y anunció que buscará acuerdos con la oposición.
Tanto Galant, estrecho aliado de Netanyahu, como el presidente Isaac Herzog, han pedido al jefe de gobierno que suspenda el proceso legislativo que desembocaría en una severa destrucción de la formalidad democrática del Estado hebreo. El primero dijo que, aunque mantiene su compromiso con el partido gobernante, el Likud, los grandes cambios a nivel nacional deben hacerse mediante deliberaciones y diálogo
. No es el único: Netanyahu enfrenta la renuencia de varios ministros de su gabinete que le piden detener la modificación legal, y hoy se espera que comience una huelga de hambre frente a la oficina del premier, protagonizada por autoridades locales de diversas tendencias políticas. Todo ello, aunado al agudo descontento que se expresa en movilizaciones en las principales ciudades israelíes por la concentración de poder buscada por Netanyahu.
En el plano exterior debe mencionarse la renuncia del cónsul de Tel Aviv en Nueva York, Asaf Zamir, quien calificó de decisión peligrosa
la reforma legal que se pretende imponer, lo que lo convenció de que no podía seguir representando a este gobierno
, y la profunda preocupación
de Washington –principal aliado y sostén de Israel en el mundo–, a decir de la portavoz del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Adrienne Watson, por la inestabilidad política en el país de Medio Oriente.
Lo más preocupante para los propios halcones
de Tel Aviv, según Galant: la creciente división social ha alcanzado al (ejército) y las agencias de seguridad
, en lo que constituye una amenaza clara, inmediata y tangible a la seguridad de Israel
.
No podía ser de otra manera: una democracia que lo es sólo para un grupo de la población y que excluye, segrega y despoja al resto tenía que entrar tarde o temprano en una deriva totalitaria y en una crisis de grandes dimensiones. Al persistir en entregar el poder a formaciones cada vez más derechistas, racistas y neocoloniales y al legitimar las estrategias de limpieza étnica, masacres, asesinatos selectivos, saqueo de territorios y recursos, la sociedad israelí estaba alimentando un monstruo político que ahora se vuelca en contra de los fundamentos mismos de esa peculiar democracia segregacionista.
Cabe esperar que la crítica circunstancia actual lleve a los sectores mayoritarios de Israel a cobrar conciencia de la vertiente criminal que marca al Estado israelí, que se produzca en el ánimo nacional un vuelco hacia la aceptación de la única solución histórica posible: la conformación de un Estado palestino en los territorios ilegalmente ocupados por Tel Aviv en 1967 –Gaza, Cisjordania y la porción oriental de Jerusalén– y el fin de una ocupación que ha envilecido y militarizado al país ocupante. Sólo de esa forma será posible prescindir de las formaciones ultraderechistas, fundamentalistas, autoritarias y antidemocráticas que se han hecho con el gobierno de Israel durante demasiado tiempo.