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¿Parejera?
L

a oposición ha encontrado prometedor centro para competir con el oficialismo en las venideras elecciones. Lo juzgan altamente conveniente para sus intenciones de ganar. Para tal propósito, elaboraron las reglas a seguir por sus aspirantes presidenciales. Las hicieron un tanto más elaboradas que las publicadas por Morena para los suyos. Ambos conjuntos de normas, si bien ejecutadas, pueden significar un avance en el difícil juego por el poder. No es tarea fácil sujetar a los participantes de una competencia donde se juegan los destinos del país. Y, por añadidura, los de intereses de todos y cada uno de los contendientes. Sus carreras y hasta vidas profesionales entran en un torbellino que los abarca y supera. Bien se sabe que sólo habrá un ganador al final de esta crucial competencia política.

Las señales que envía la coalición de los tres partidos –Revolucionario Institucional, Acción Nacional y de la Revolución Democrática– apuntan hacia una candidata ya preaceptada por sus dirigentes: la señora Xóchitl Gálvez. Tal parece que, en ella, han encontrado lo que consideran el antídoto para rivalizar, con ventaja, ante la, hasta el presente, adelantada de los morenos.

La doctora Claudia Sheinbaum, a su vez, lleva una sólida delantera frente a sus correligionarios. Numerosas encuestas de opinión la prefiguran como ganadora del proceso iniciado hace ya más de dos ­semanas.

En caso de que, estas dos personas, prevalezcan en sus respectivos procesos electivos, se configurará una situación inédita en la historia nacional. La Presidencia de la República quedaría asegurada para la primera mujer en nuestra historia. Un logro por demás trascendente, no sólo para este género poblacional, sino para todos los demás ciudadanos mexicanos.

Pero la moneda está flotando para todos los que han emprendido la penosa ruta de buscar las simpatías ciudadanas. Falta un sinnúmero de pruebas por superar para los adalides de ambas agrupaciones políticas. Aunque, tal parece, que la oposición ha encontrado una suma de ventajas en su precandidata mencionada. La sienten, a juzgar por la amplia difusión desatada para presentarla ante el público, como una carta de cualidades sobradas. Aunque, analizando mejor la realidad, sus credenciales se reducen a un corto puñado de características, si no accidentales sí insuficientes para asegurarle ventaja ante los futuros electores. Señalamientos que no alcanzan, por sí solos, para situarla a la altura de las cualidades de doña Claudia. Predicar que la señora Gálvez es una rival adecuada, por ser de origen humilde, además de indígena hidalguense (chaira, pues) tampoco llena el perfil necesario. Suponer que el electorado, de ese perfil, se inclinará por ella y no por una funcionaria y política de clase media aparece como aventuradas simplezas. Agregar, con énfasis propagandístico, que Gálvez es una mujer que se hizo desde abajo y ha llegado a triunfar en la vida económica y profesional tampoco la sitúa, en igualdad, con su posible rival. Harán falta muchas características y valores personales adicionales para sacar alguna ventaja.

Lo básico tiene que ver con los logros, las propuestas, las intenciones y las prendas que tanto una, como la otra, hayan sembrado en sus quehaceres públicos.

Llamar la atención del lector o del auditorio televisivo con desplantes, pujas y alharacas no es lo mismo que acompañar, con realizaciones y obras, las ideas y ofertas programáticas. De precisa manera no es un disfraz de botarga lo que suplirá la ausencia de visión y pruebas de compromiso justiciero. Apuntar, con énfasis suficiente, la manifiesta y constante apuesta por asuntos de naturaleza popular tiene que quedar registrado. Si el diseño de edificios modernos es una actividad reconocible, también lo es el encargarse de la construcción de innovadores segundos pisos capitalinos. Aspectos que bien pueden presumir ambas mujeres.

Pero lo básico tiene que ver con el vital compromiso de repartir, con justa equidad, los bienes públicos. Tarea que debe probarse a lo largo de las trayectorias de estas aspirantes a presidir los destinos del agobiado país de los mexicanos. El compromiso con la justicia distributiva es un telón de fondo que las separa. Claudia, desde sus inicios ante la ciudadanía, apostó por la igualdad social. Es por eso que ha militado en un partido comprometido con la atención de los pobres como privilegiado cometido. No ha sido el caso de la panista. Su partido, en dos ocasiones anteriores, fracasó en sus débiles intentos por ser independientes de las plutocracias internas y del exterior. Ella, según se afirma, ha mejorado su nivel económico, sin duda. Al parecer también lo han hecho casi todos los militantes panistas. Muy distinto asunto es trabajar, con el objetivo de modificar pasados regímenes de gobierno –dedicados a cumplir las ambiciones de los de arriba– que atender a los marginados como insignia definitoria.