na disculpa. Me desvío un poco. Comparto el gusto de iniciar un nuevo año escolar con estudiantes, profesores, trabajadores y administrativos de mi queridísima Facultad de Economía. Ahí, en nuestra amada UNAM. Las mismas que requieren nuevos impulsos y renovadas perspectivas.
Pues bien, ha iniciado mi curso anual número 45 en la UNAM. Casi medio siglo de impulsar –con otros profesores– la formación en los fundamentos teóricos y metodológicos de economía política. En el marco de una sana copia
de un curso que aún hoy imparte el profesor Duncan K. Foley en la New School of Social Research de Nueva York.
Sí, el mismo Foley, quien asegura:“...imparto este curso en continuidad con el que por primera vez enseñó en 1980 –en Barnard– la profesora Silvia Ann Hewlett”, para lo cual –comento– elaboró un brillante texto, fundamental, no sólo en la New School, también en múltiples centros de estudio en el mundo, entre ellos nuestra facultad.
El objetivo es proponer –con la lectura directa de los textos de autores clásicos– lineamientos de capacitación teórica y metodológica desde el inicio de la formación, y en ese marco me he permitido integrar enseñanzas fundamentales de admirados profesores. Algunos ya ausentes como Bolívar Echeverría, Xabier Gorostiaga S.J., Pedro López, Ruy Mauro Marini, Jaime Puyana y José Valenzuela. Otros aún presentes como Carlo Benetti, Juan Castaingts Pío García, Arturo Huerta, Rogelio Huerta, Carlos Toranzo y Ángel de la Vega.
Sí, subrayo la necesidad de una formación teórica crítica y no sólo en economía política y su crítica inicial en Marx. Una formación que permita identificar las tendencias de larga duración –especifica el notable y estimado Fernando Braudel– en el ámbito de una reproducción material de la sociedad. Una formación que permita identificar lineamientos para atacar la desigualdad, la inseguridad, el cambio climático y la injusticia desde sus orígenes. Así como trabajar con rigor los diversos aspectos de la reproducción material, como el que a propósito del endeudamiento de Estados Unidos me he permitido compartir en La Jornada. Siempre considerando –por cierto, y como insistiría Pepe Valenzuela– los números duros
en una amplia perspectiva.
La discusión no es nueva. En referencia al gobierno de Solón, Aristóteles indica la necesidad de atender las deudas de la polis, sobre todo la de los campesinos, que recibían préstamos, con garantía en sus propias tierras o, incluso, en sus propias personas. Y en torno a los préstamos y la usura, Tomás de Aquino defiende nítidas tesis en su questio 78 de la 2a-2a de su Suma teológica.
Asimismo, en sus Reales Máximas Económicas, Quesnay urge a evitar deudas que formen rentas financieras que cargan de deudas voraces al Estado y, sin embargo, las dudas subsisten. Y se debaten ideas respecto a sus condiciones y su funcionalidad, su monto y sus plazos de pago y sus intereses.
El gobierno actual, por ejemplo, presentó como tesis no incrementar más la deuda, considerando como indicador su participación en el producto interno bruto (PIB). Una tesis que –por decir lo menos– es controversial.
Aparentemente no carga a los ciudadanos de un volumen per cápita mayor que el que el dinamismo económico soporta. Pero inhibe acciones virtuosas, sobre todo de renegociación de deudas paradójicamente con montos mayores, pero con un menor servicio anual. Por eso es urgente esta discusión. El análisis de las tendencias estadunidenses mucho ayuda en ello.
De veras
NB: Un abrazo enorme a la familia de nuestro queridísimo compañero de la Facultad de Economía en la UNAM, Fernando Rello Espinoza. Todavía lo escucho comentar con Ruth Rama, Gerardo Aceituno y Gonzalo Arroyo la dinámica agropecuaria y de los alimentos en América Latina. Un abrazo Fernando. Hasta siempre