ste año se cumplen 500 de la llegada a la Nueva España de uno de los religiosos más notables; fue uno de los tres franciscanos que arribaron en 1523. De origen belga, Pedro van der Moere, mejor conocido como fray Pedro de Gante, pertenecía a una familia noble y opulenta y era pariente de Carlos V, lo que le facilitó la entrada a la orden religiosa, donde se mantuvo como simple monje, sin ordenarse sacerdote y rechazando los cargos importantes que le ofrecía la jerarquía eclesiástica.
Su objetivo fue la evangelización y mejorar la vida de los más desposeídos, lista que encabezaban (igual que ahora) los indígenas. A su llegada se trasladó a Texcoco, donde mandó construir una escuela para indios y aprendió la lengua de ellos. Se cuenta que era tartamudo y, sin embargo, en el habla de los naturales se comunicaba con fluidez.
Ya con pleno dominio del náhuatl se trasladó a la Ciudad de México, donde estableció un colegio para enseñar la doctrina cristiana; a leer y escribir, cantar y dar sermones, fundamentalmente a los hijos de los caciques (gobernantes) indígenas.
Estos alumnos regresaban a sus pueblos, donde eran factores de cambio y aculturación, y llegaban a desempeñar los cargos más importantes, al tener conocimiento de ambas lenguas y nociones de administración. Los alumnos más brillantes pasaban al colegio de altos estudios en el Colegio Real de Tlaltelolco.
Para fomentar el canto y el estudio de la música compuso canciones en náhuatl y los enseñó a tocar diferentes instrumentos, escribir música, tocar y cantar con órgano. Algunos salieron sabiendo latín, lo que los convirtió en traductores de textos religiosos.
Paralelamente, en el mismo convento grande de San Francisco creó la primera escuela de artes y oficios, donde los instruyó para aprender nuevas habilidades, como la fundición, la elaboración de instrumentos musicales, el bordado, la enfermería y la talla fina de madera.
También aprovechó sus dotes artísticas y los conocimientos que traían de sus pueblos para perfeccionarlos y orientarlos a las nuevas necesidades. La mayoría de los retablos, cuadros, imágenes y ornamentos para las iglesias y conventos del siglo XVI los hicieron los egresados de esta escuela. Ante todo, fray Pedro de Gante –quien en varias ocasiones rechazó ser arzobispo de México– fue un amoroso protector de los indios, quienes le tenían gran cariño. En varias ocasiones denunció ante la corona los abusos que muchos españoles cometían con ellos.
En su memoria se bautizó una pequeña calle que nació en 1861 sobre el que fue el cementerio del convento de San Francisco. Es unas de las más jóvenes del Centro Histórico; se abrió alrededor de 1861, cuando a raíz de la Leyes de Reforma el convento fue demolido y se fraccionó para venderse entre particulares. En 1976, la ciudad de Gante obsequió a México una escultura en bronce del fraile acompañado de una niñita indígena que adorna la breve rúa.
En los dos tramos de la calle, a principios del siglo XX, se construyeron edificaciones en esa mezcla de estilos, llamada ecléctica. En una caminada se aprecian detalles coloniales, neogóticos, afrancesados, neoclásicos y modernos. La calle es bonita, con adoquines, jardineras y farolas.
En la esquina con Venustiano Carranza se levanta un elegante edificio con toques franceses y neoclásicos que se edificó para albergar a la Compañía de Luz. Esto llevó a un emprendedor restaurantero alemán a abrir en la acera de enfrente el famoso Salón Luz, que tristemente, después de cerca de 100 años de vida, tras la pandemia cerró sus puertas.
Por fortuna, en el siguiente tramo de la vía, en el número 8 está el Restaurante-Bar Gante, que tiene casi la misma antigüedad e igual carta: chamorro alemán, carne tártara o arenques en panecillos de centeno con su tradicional ensalada de papa y la famosa sopa Gante.
Recientemente lo remodelaron con pisos de madera, una gran barra de diseño modenista muy iluminada y la contrabarra, con una enorme variedad de botellas. Un toque novedoso: una gruesa pilastra decorada con colorida cerámica azul y blanco.